Un verde corazón en La Bañeza

La escritora Concha González es la ‘mano’ que nos conduce por la comarca de las Tierras de La Bañeza y, especialmente, un rincón especial, el Jardinillo

Mercedes G. Rojo
12/07/2022
 Actualizado a 13/07/2022
El Jardinillo de la Bañeza | Mercedes González Rojo
El Jardinillo de la Bañeza | Mercedes González Rojo
Desde la comarca de Astorga, lugar por el que comenzamos nuestro recorrido la pasada semana, volvemos la mirada a las vecinas tierras de La Bañeza, conectadas fluvialmente a través de esos ríos que se encaminan en busca de la cuenca del Esla que discurre más abajo, siempre buscando la más definitiva del Duero, y por tierra la antigua Vía de la Plata que desde época de los romanos comunicaba el norte con el sur, el dominio de la Asturica Augusta (Astorga) con la Emerita Augusta (Mérida), ruta que más tarde aprovecharían parte de los peregrinos que, entrando por el sur, buscaban alcanzar su destino en Santiago de Compostela.

De quienes han habitado unas y otras comarcas en décadas anteriores, es de sobra conocida la cierta rivalidad existente siempre entre ambas localidades, o sus gentes,  por más que personas de diferentes ámbitos nos empeñemos en tejer lazos que unan presentes; una rivalidad que no debería ser, ya que cada una goza de sus propios encantos que no tienen por qué ser comparados ni comparables, ya que en la diferencia, en la individualidad, está precisamente la belleza de las cosas, de los lugares en este caso.

Es La Bañeza centro neurálgico de diferentes comarcas que a su alrededor se extienden, todas ellas de una gran riqueza especialmente agrícola, y también artesanal como es la del Jamuz: siempre con la tierra como principal protagonista. La villa fue creciendo al impulso de dicha riqueza y hoy nos ofrece bellos rincones para recorrer y disfrutar, algunos de los cuales se han ido recuperando y mejorando en los últimos años, siendo otros de más reciente creación, como los espacios de esparcimiento lúdico y deportivo  que se extienden a la orilla del río Órbigo. Paseando por sus calles en busca de algunos de esos  rincones podemos encontrarnos con la hoy remozada plaza Mayor, donde presente y pasado se dan la mano a través de esos viejos soportales que aún se conservan bajo algunas casas con aire de otros siglos, su ayuntamiento o la iglesia de Santa María, además de algunas casas de corte modernista que también se reparten por otras calles de la ciudad; con la iglesia de San  Salvador, en la parte más alta de la ciudad, o algunas de las capillas que se reparten por diversos puntos de su casco histórico; por no hablar del Puente de Hierro que, al otro lado de la carretera, atraviesa el cauce del río Órbigo y que hoy se ha recuperado para el paseo de cuantos a él quieran acercarse, como ha ocurrido en otros puntos de la provincia con elementos similares a este.

Hablar de La Bañeza es, además, hablar de fiesta, de Carnaval, de Gran Premio de Motos, de enormes graffitis repartidos por los muros vacíos de algunos edificios hasta conseguir darle a la ciudad ese punto de artística modernidad  que nos habla de una ciudad aún viva y amable que acoge a las gentes que llegan a ella;  de comarcas ligadas a la célebre artesanía del  barro y a esa agricultura con productos de calidad de la que ya hemos hablado y que ha conformado algunos de sus platos más típicos, como las alubias, de las que son claro exponente las “alubias a la bañezana”, por no  sin olvidarnos de  sus famosas “ancas de rana”; y eso por nombrar solo algunos de los más característicos. Y en cuanto al buen comer no podríamos olvidarnos de su producto estrella, los exquisitos imperiales, una especie de pequeños bizcochos presentados en moldes de papel y caja de madera, realizados a base de almendra, que se unen a otras especialidades propias de algunas de sus excelentes confiterías, y de diferentes fechas del año.

La Bañeza es, en definitiva, una ciudad tranquila por la que merece la pena discurrir a la búsqueda de  esos pequeños rincones que hacen cada localidad diferente a las demás, ante los ojos de quienes la viven diariamente pero también de quienes pasan por ellas circunstancialmente. Y como, además, es tierra literaria en la que destacan nombres tan importantes como Antonio Colinas, (por nombrar quizá al más famoso de todos cuantos de aquí han salido) tal vez podamos encontrar a nuestro paso algún acto cultural ligado a su tradición literaria, teatral o musical..., y aprovechar para disfrutar del mismo.

En esta línea, y siguiendo con la pauta marcada para  esta serie veraniega, les invitamos a descubrir desde la mirada de uno de esos nombres ligados a su tradición literaria, uno de sus rincones que, de no ser así, tal vez pasara desapercibido para los ojos de quien llega a visitarla.

LOS OJOS QUE LA MIRAN

Nuestro particular descubrimiento de hoy lo haremos de la mano de  la escritora Concha González Fernández. La pluma con la que ella engarza sus palabras vuela entre la prosa y el verso. En ambas se siente cómoda, en ambas teje sus particulares y letrados tapices en los que a menudo vemos el rastro indeleble de la tierra que la vio nacer y que la acoge día tras día, alimentando su inspiración y su sentir. Sus lazos literarios con la ciudad no se hacen patentes solamente a través de su escritura, también a través de su voz  pues forma parte desde hace años del grupo bañezano  En boca de mujer, conformado por una serie de féminas que nos regalan sus textos y los de otros escritores en diversos momentos, sin contar los recitales que al alimón ha realizado con otros representantes del mundo artístico bañezano como Toño Odón Alonso. 

Algunos de los poemas y relatos de Concha han sido premiados o seleccionados en diversos certámenes a lo largo y ancho de toda la geografía nacional, dejando en muchos de ellos la impronta que marca en su obra la tierra que la vio nacer, el paisaje del que bebe, así como la huella de las personas que la habitan o habitaron; por ello uno de los proyectos en los que repetidamente participa es en el homenaje que por el 8 de marzo se le rinde, desde un amplio grupo de escritoras leonesas, a autoras que pasaron por aquí dejándonos su huella literaria, como Manuela López, Felisa Rodríguez, Concha Espina o Josefina Rodríguez (Aldecoa), textos que podemos encontrar en las diversas publicaciones conjuntas a las que han dado lugar, de momento la única fuente para beber de sus textos además de los blogs que con los mismos nos regala: Mar de espigas  para lo poético y Relatando para lo narrativo, aunque no estén los dos actualizados en la misma medida. Y  para saber un poco más de nuestra escritora invitada de hoy, les recomendamos: Mar de espigas, mar de versos y un mundo de relatos (LNC, 29.10.201)

Su particular mirada nos acerca, a través de su escritura, a uno de sus rincones favoritos, uno de esos en los que podemos descubrir la belleza y la poesía de las cosas pequeñas y cotidianas y que, de no ser por la recomendación explícita de quien se decide a hablarnos de ellos, en muchas ocasiones, pueden pasar desapercibidos a nuestro paso por una determinada localidad, privándonos de un elemento curioso, de un acogedor sitio para descansar, o de un paisaje a través del cual descubrir algo más que la  impresión obtenida por  nuestra primera mirada ¿Nos acompañan?

El rincón: El Jardinillo

Estratégicamente situado, el Jardinillo de La Bañeza habita desde hace décadas entre dos zonas a distinta altura que una avejentada pasarela une con brazos de hierro: el polvorín y la estación de tren.

Mi jardinillo siempre ha vivido entre nosotros asumiendo dispares tareas: las previamente estipuladas, las nacidas de la costumbre y, como novedades más o menos recientes, se ha estrenado como comedor al aire libre, escenario de recitales de música e, incluso, asentamiento temporal de restaurantes ambulantes.

No soy objetiva con el Jardinillo. Donde la gente ve un jardín propio de su palabra yo veo muchas cosas más. Veo una niñez, una pubertad e incluso una madurez, esta ya inevitablemente algo alejada de sus confiables términos.

Veo un testigo fiel de juegos de niños, de escondites entre rugosos bancos de piedra, inmensos árboles y algún otro enclave que espero disculpéis me guarde y que tantas veces me hizo triunfar.

Mi Jardinillo, además, ha sido celestina de muchas parejas que al cobijo de sus vetustos castaños de indias se declaraban eternos amores. Corazones tatuados a punta de navaja, atravesados por iniciales anónimas, firmemente perpetuados en su corteza, lo corroboran.

Mi jardinillo escuchaba. En consecuencia, me temo sea conocedor de miles de secretos lanzados al aire cualquier tarde de otoño. En primavera se dedicaba tan solo a florecer. Habría de traer a este mundo cientos de castañas con las que entrar en batalla una vez alcanzaban suelo. Un despropósito absoluto que a más de una nos hizo regresar a casa adolorida en más de una ocasión.

En verano, mis amigas y yo ocupábamos, cada día, el segundo banco de la derecha sin excepción. Llevábamos labor: ganchillo, punto, bordado… Muchas de las señoras que subían o bajaban a la compra por la mencionada pasarela, se acercaban a valorar nuestro trabajo que a veces no avanzaba convenientemente por tanto palique. En invierno, mi Jardinillo lucía esa fina pátina blanca y resbaladiza de las intensas heladas de la tierra y el caminillo de piedras rodadas que alcanzaba la pasarela, se convertía en una auténtica pista de patinaje que dificultaba bastante el tránsito.

La estación de tren, vecina cercana, desgraciadamente abandonada de su uso primigenio, coronaba con sus raíles y casetas, con su intenso pitido de trenes, con su trajinar de bultos y gentes, la estampa que mi Jardinillo ofrecía a su familia. Porque eso fuimos los asiduos entonces, la familia que se espera te evoque en un futuro con la suficiente frecuencia para recordar.
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