"Un niño pequeño, solo, indefenso y entre bombas"

Paco Robles. El niño vasco de Mansilla es el libro de Miguel Ángel Fernández que recupera la biografía de este leonés al que con 10 años subieron a bordo del Habana

Fulgencio Fernández
19/01/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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«Paco no es un héroe de guerra, ni un futbolista famoso, ni un  cantante, ni un médico que salva vidas de manera milagrosa. Es un tipo corriente, un ciudadano del montón, como usted y como yo, que en su infancia se ve envuelto en una guerra que le viene dada por otros. De pronto se ve obligado a salir huyendo de la ciudad donde trabaja su padre, de su colegio y de  sus primeras amistades. Con una maleta de  cartón en  una mano,  con  su hermana de la otra, un número prendido de la solapa, sale en viaje sin retorno por un medio en el que nunca había viajado, en barco. Para ir a parar a un país que hablaban una extraña lengua…».

Esta es la descripción que de el leonés Paco Robles hace Miguel Ángel Fernández, escritor que ha llevado la historia de Paco a un libro que se presenta en el Museo Etnográfico de Mansilla a las 17.30 horas, en un acto al que acude desde Londres —la tierra en  la que hablaban una extraña lengua— el protagonista de la historia, el autor del libro —Miguel Ángel Fernández—; el autor del prólogo, el escritor mansillés y habitual colaborador de La Nueva Crónica Toño Morala y el ex alcalde de Mansilla, Ramón Tuero. El libro se titula ‘Paco Robles. El niño vasco de Mansilla de las Mulas’.  

En las lineas de Miguel Ángel Fernández están implícitos los motivos que llevaron al escritor a elegir a este leonés para escribir su biografía, la del el  paradigma  del  refugiado:  «pequeño,  sólo,  indefenso, huyendo de las bombas. Esos mismos seres atemorizados que ahora atraviesan el  Mediterráneo,  con  grave  riesgo  de  sus  vidas,  para  escapar  de otros bombardeos que ellos no han provocado y que les llueven muerte desde el cielo en nombre de no se sabe qué desalmado dios».

Y, además, el autor había conocido al niño indefenso. La familia de Miguel Ángel Fernández había veraneado en los años 60 en Mansilla, precisamente en la casa de los padres de Paco, Germiniano y María, una conocida familia de esta localidad que otro mansillés, Toño Morala, recuerda en su prólogo: «Paco Robles, el nieto de ‘Patapalo’ e hijo de Germiniano Robles, de  Mansilla de las Mulas,  y de Martina Hernando… un hombre bueno con una niñez partida y rota, que tuvo que salir adelante con la fuerza que da la sobrevivencia para contar al Mundo la realidad y la verdad  de aquella terrible angustia; pero aún hoy, seguimos sin aprender nada, algunos siguen creando guerras y hambrunas y siguen los refugiados por la vida adelante… y muchos son niños… no hay olvido, y sí, memoria y dignidad, la suya».

Se quedó en Inglaterra

Y así fue como aquel niño de 10 años desembarcó, nunca antes había subido a un barco, en Inglaterra, desde donde hoy regresa: «Paco ya se quedaría a vivir en Inglaterra; tardó en poder volver a su tierra, incluso fue declarado prófugo y tratado como exiliado político. ‘¿Qué clase de agitador político puede ser un niño de diez años?’ le recordó al cónsul de Franco». Fue Paco uno de aquellos niños que repetían con frecuencia: «¡Y  eso  que  era  solamente  por  tres meses!. Han pasado más 80 años desde que un mes de mayo salieron por mar   desde  Santurce,  huyendo  del  hambre  y  de  las  bombas;  muchos  de  ellos  se quedaron en el Reino Unido para siempre». Y es que la familia de Paco había emigrado al País Vasco buscando trabajo en aquella industriosa tierra.

«Soy Paco Robles Hernando, nacido en León capital, el día 25 de junio de 1926. Mi  padre  se  llamaba  Germiniano  Robles  Gallego,  nacido  en  Mansilla  de  las Mulas el día 31 de enero de 1896, y mi madre Martina Hernando Fiel, nacida en Anguil (Burgos) el 30 de enero de 1897. Se casaron en León en 1925; tuvieron tres hijos, yo soy el mayor, luego vinieron María Jesús y Pedro Luis», así empieza el protagonista la historia de su vida. «No llegué a conocer a mis abuelos maternos. Mis abuelos paternos  eran  leoneses,  él  se  llamaba  Francisco  y  ella  Joaquina;  de  ellos recuerdo que tenían varias propiedades en Mansilla y otros pueblos cercanos. Eran  amos  de  viñas  y  toda  la  familia  iba  a  la  vendimia  en  septiembre,  nos veíamos todos en el pueblo de Mansilla; allí tenían una propiedad grande con bodega y muchas habitaciones. El abuelo perdió una pierna no sé por qué, luego la otra. Sé que en el pueblo lo conocían por Patapalo, pero él no sabía que le nombraban así. Conmigo era muy bueno, pero la gente, ya viejos y muchos que ya no existen, decían que era un dictador. Sin embargo. les daba trabajo a todos».

Aquella familia, como tantas otras leonesas, encontraron en los Altos Hornos una posibilidad de futuro y para allá se fueron. Fernández recrea brevemente aquellos años para llegar a un momento crucial de la biografía de Paco. «La infancia alegre por las calles del Baracaldo, pronto se nubló; una vez más la prodigiosa memoria del amigo sitúa la fecha: ‘El día de la romería del Carmen, que era un sábado 18 de julio de 1936, explotó la Guerra y nos quedamos sin escuela  porque  la  ocuparon  los  militares.  Poco  después  los  alemanes  de  la Cóndor Legión y otros venían, nos ametrallaban y tiraban bombas diariamente; muchos de mis amigos vecinos fueron muertos por esos».

Recuerda los bombardeos de Guernika, Durango, la incertidumbre... «Por fin el gobierno británico hizo caso de las advertencias y fletó un barco con capacidad para 400 pasajeros que se llenó con 4000;  niños, niñas y acompañantes. «Era el 21 de mayo del año 37 hubo una evacuación de 4000 niños con maestros para Inglaterra en la cuál vine yo con mi hermana María Jesús en el barco Habana; Pedro Luis no pudo embarcarse, porque era muy pequeño».

Recuerda el autor que «el viaje era el desgarro, para  los  niños  más  pequeños  el  viaje  era  una  aventura,  máxime  cuando  las familias   les   repetían,   -hasta   la   saciedad,   queriendo   hacerlo   cierto-,   que ‘solamente  era  por  tres  meses’». Y Paco Robles cuenta: «Aún me recuerdo de las lágrimas de mi madre mojando mi mejilla cuando se despidió de mí».

Cada niño llevaba una tarjeta de cartón con el rótulo ‘Expedición a Inglaterra’ y un  número  identificativo. «El  domingo  22  de  mayo  el  Habana  llegó  a  Southampton.  ¡Qué  cantidad  de gente! Nos dieron dulces y helados. El Salvation Army tocaba música: el ver esas señoras con esos sombreros que llevaban y los autobuses de dos pisos nos hizo reír  mucho  y nos dimos  cuenta de que la vida era distinta en este  país. Nos llevaron al campamento de Eastleigh y cuando vimos las tiendas de campaña todos dijimos ‘¡indios!’. Nunca habíamos visto tiendas y menos dormir en ellas». No eran indios, la población local se volcó con una generosidad emocionante hacia los expatriados, aquellos pequeños seres que venían de sufrir la tragedia de una guerra cruel.

Empezaba una nueva vida en medio del sueño del regreso... que no llegaría: «No  vuelvas.  Serás  una  carga  para  mí’.  Con  mensaje  tan  escueto,  tan  frío, quería la buena mujer que el niño desechara cualquier idea de regresar. Luego, ya mayor, comentaba que no se lo podía tener en cuenta a su madre, pero el mensaje le había resultado muy duro».

Duro pero real. No pudo volver, de hecho ahora regresa a su pueblo para presentar su biografía... desde Inglaterra.
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