Teníamos la sana costumbre de asistir a la última sesión de cine en alguno de los cines que entonces se prodigaban por León. Eran años en que Andrés y Ángel, dos amigos míos metidos en edad, se encontraban en el segundo sueño bien tapadines con la manta, con la de lana me refiero, mientras que yo, con algunos años más, iba, con el inolvidable amigo Albino, a tomar café al Bar Avenida, del conocido ‘Cachelo’.
Echando unos pitillos de rubio observábamos cómo discurrían las partidas de cartas, sobre todo del Julepe con unas pesetas en juego, a la vez que se acompañaban con el humo de los pitillos (entonces, como es sabido, estaba permitido el fumar dentro de los locales cerrados). Eran tiempos del dicho: «Chupa, chupa, que se apaga». El problema, o la dificultad, consistía en que como no llegaras a tiempo te quedabas sin sitio en la partida con la sola opción de desempeñar la función de mirón, pero sin hablar, como así se desprendía del reglamento consuetudinario de obligado cumplimiento que decía: «Los de fuera miran, callan y dan tabaco».
Cuando por llegar un poco tarde los sitios estaban ocupados, Albino y un servidor nos conformábamos con un café con leche que Nano, el hijo de ‘Cachelo’, nos servía mientras discurría la partida. Albino era muy dado a escuchar las historias que ‘Cachelo’ le contaba de cuando estuvo en la mili en África, como es lógico cargadas de unas fantasías dignas de cualquier guión cinematográfico.
En una de aquellas de noches de invierno en las que, debido al frío, tardaban en llegar los parroquianos, es decir los clientes habituales con la faria en la boca para empezar la mencionada partida después de una jornada de trabajo, estaban los mencionados ‘Cachelo’ y Albino mano a mano y, como Albino era muy propenso escuchar las historias que los mayores contaban para hacer tiempo y ‘Cachelo’ disfrutaba embelesando a los que las escuchaban, tales historias tenían continuación.
La cuestión iba de cuando ‘Cachelo’ prestaba el servicio militar en tierras africanas, donde los moros andaban revueltos reivindicando la soberanía de algunos territorios entonces españoles, y mi amigo Albino expectante le decía: «‘Cachelo’, cuéntame cuando entrabais a tiro limpio en la cabilas de los beduinos», momento en que Albino impaciente esperaba contestación a la pregunta sobre si en la contienda mataban a los moros que allí se encontraban, a lo que ‘Cachelo’ dando un chasquido con la boca a la vez que apuntando con un dedo hacía función de un arma, le contestaba : «Yo que sé si quedaban muertos o heridos». Y de esta forma, la resolución al ataque quedaba pendiente para el día siguiente.
En recuerdo de mi gran amigo, Albino de la Varga, el del bar Acuarium, y mejor persona, por los tantos momentos que pasamos juntos y que ya no se encuentra entre nosotros.