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El viento solano

03/09/2025
 Actualizado a 03/09/2025
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Hablaba la semana pasada de Emplédocles cuando, subiendo al Etna, para ver qué se cocía dentro del volcán, se tiznó una chancla y perdió la otra. «Para este viaje –que diría un castizo– no se necesitaban alforjas». Pero nos abrió la mente con su teoría de los cuatro elementos: Tierra, agua, aire y fuego, además de ser el primer vulcanólogo del que tenemos constancia.

Como un viejo árbol, la filosofía tiene muchas ramas divergentes. Todas buscan alcanzar la luz en sus postulados y respuestas, pero ninguna lo consigue. Una de las últimas, de las penúltimas, fue el existencialismo, el cual abordó mejor que nadie Jean Paul Sartre, que para la iglesia era como la reencarnación del demonio. A lo que Sarte replicó: «El infierno son los otros». Una de sus extravagancias fue renunciar al premio Nobel, lo cual provocó gran controversia y tremenda, lluvia de improperios. No era un hombre que cayera bien. Pero la verdad es que el existencialismo es una forma de afrontar la vida bastante despreocupada.

En el mismo plano del existencialismo está Albert Camus; otro ‘pied noir’, como eran llamados los franceses reportados a Francia, después de que la metrópoli perdiera la guerra de Argelia.

Una de sus mejores obras es ‘El Extanjero’. Desde el pricipio el protagonista, Mersault, nos muestra una insebilidad pavorosa, cuando dice: «Mi madre ha muerto hoy. O quizá fue ayer, no lo sé». Después, con la misma actitud, se dirige a la playa. El sol pesaba como plomo abrasador y la luminosidad cegadora, insoportable, le aturdió el sentido. En un momento dado, el hastío y la desafección ante la vida humana, saca una pistola y mata a un árabe, sin ton ni son. Como ocurre con tantas cosas que nadie ve venir, cual las desgracias sucesivas que sacuden a nuestro País.

‘El viento Solano’, de Ignacio Aldecoa, acarrea una suerte de crímenes carpetovétonicos inevitables. Es difícil luchar contra el destino.

En pleno estío, por sorpresa, los españoles acudimos a votar, para obviar el varapalo que el PSOE acababa de recibir en las autonómicas. Un 23 de julio de 2024. decidimos no interrumpir la semana de vacaciones –como Quiñones, Mañueco Sánchez o Margarita...– que tan cara nos había resultado; salimos del agua, en chanclas, bikini o taparrabos; grasientos de after sun, obcecados –nadie vio venir el fraude del voto por Correo– y con desgana; con la piel socarrada y unas gafas de sol que de haberlas llevado Mersault, quizá no hubiera cometido el crimen, y se habría librado de la guillotina.

El fuego mata, la despreocupación, también. Si los responsables políticos se hubieran quitado las lentes y alzado la vista hacia la tierra de la que son responsables, verían el humo y la tragedia.

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