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La vieja Crónica

20/08/2023
 Actualizado a 20/08/2023
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Nunca hay que volver a los lugares donde fuiste feliz. Pero en mi caso, por proximidad, se hace inevitable pasar frecuentemente por la última sede de la vieja Crónica. Ahí sigue, exactamente tal y como la cerraron, hace diez años. Las letras con la tipografía de la portada, el cartel de la inmobiliaria, la verja de la entrada llena de basura… En una ventana asoman, todavía, los calendarios con los turnos de los fines de semana y algunas tarjetas de visita con el lema del periódico.

Fui uno de los que inauguró las, por entonces, modernas instalaciones, cuando ni remotamente se olía la crisis de la prensa escrita. Atrás quedaba la redacción anterior, aquel túnel sin ventanas en el Paseo de la Facultad donde los ordenadores tenían la pantalla de fósforo verde y los teclados las marcas de los ‘pitis’ que se fumaban salvajemente mientras se escribía.

Lo del Polígono X era otra cosa. Durante algunos veranos estuvimos allí, currando como bestias y pasándonoslo como gochos en una cochiquera. Allí nos juntamos unos cuantos, una familia que no paraba de crecer y que cada vez era más divertida. También sigue ahí la terraza de ‘El Olvido’, donde Nardi ha sido testigo de tantas historietas vividas y contadas.

Estamos hablando de los tiempos previos a Internet, cuando tenías que ir al archivero –el ArchiPedro, uno de los personajes que hicieron posible aquello y que ya no andan por aquí– para que te buscase datos de esos que ahora tardas dos segundos en sacarlos en el móvil. De hecho, fue allí donde me enseñaron a hacerme mi primera dirección de correo electrónico, que todavía uso.
Salíamos por la noche como animales enfebrecidos y luego llegábamos por la mañana hechos unos pincelines a alguna rueda de prensa, y pasábamos la resaca en la garita de los ‘foteros’ contando batallitas. Pegábamos unas voces terribles, nos gastábamos bromas todo el tiempo y nos ayudábamos entre compañeros de una forma como no he vuelto a ver en ningún otro sitio. Nunca estuve tan bien en un trabajo.

Y lo más importante: allí fue el lugar donde la conocí. Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi, preciosa, sentada de espaldas a mí. Nos mandaron hacer un reportaje juntos y la cagué como sólo yo sé hacerlo, dejando una malísima impresión. Después llegaron otras muchas aventurillas, incluyendo aquel viaje al FIB de Benicassim que daría para ocho páginas como ésta. Y, qué cosas, aquí seguimos. De ahí que, cada vez que pase, piense siempre lo mismo: ojalá la redacción siguiese así, congelada, como recordatorio de todo aquello que nos pasó.

 

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