Una de grandezas de escribir es que consigues meterte en la cabeza del lector, atrapar su atención con mayor o menor intensidad, si acaso despertar una emoción, hacerle pensar y que te quite o te dé la razón y, si eres bueno, lograr que recuerde lo que decían las letras aunque sólo sea media hora después de recorrerlas. El problema llega cuando algunos de esos lectores consideran que, ya de haber entrado en su cabeza, has visto todo lo que había por allí y, lo que es peor, que puedes contribuir a ordenarlo. Y te lo cuentan. Como tú has invadido de alguna manera su intimidad, pese a que no obligases a nadie a adentrarse en lo escrito, te sientes en la obligación de escuchar y soportar explicaciones que no habías pedido a problemas que no sabías que existían.
Cuando una persona traspasa sobradamente los límites de tu educación y tu paciencia contándote cosas que no se detiene a observar que no te interesan en absoluto, pierde para siempre su particular presunción de inocencia y se convierte, sin vuelta atrás, en un chapas, un turras, un chaquetas, un pelma, la tuneladora de Pajares pero entrando en detalles y en versión veraneante ocioso sin ganas de volver a casa. A partir de ese momento, nunca volverá a ser el mismo: un simple «buenos días» ya casi te resulta cargante. En esta época circulan por las verbenas, agravada su monserga por el alcohol, te caen encima como la retestera y al personal, que los huye como si fueran zombies, le provocan una resaca anticipada, ganas de irse a la cama aunque no tengan sueño o de exiliarse a otro país pese a que, desde el pasado domingo, podamos estar un poco más orgullosos de vivir en éste y le tengamos que perdonar a Pedro Sánchez que nos politizara hasta las barbacoas.
Supongo que la necesidad de insistir en el mensaje llega de los complejos, de la falta de confianza en los demás y en uno mismo, como si se pudiera conseguir que las verdades fueran más verdad y las mentiras menos mentira de tanto repetirlas. Todos tenemos amigos que han convertido su vida en podcast del que creen que te sabes todas las temporadas anteriores y que te ilusionan los nuevos capítulos. Por eso, porque creo que en la vida se puede ser todo lo que uno quiera antes que un puto pesado, porque perdonaría antes a un asesino en serie que a un turrión, trato de huir de las obviedades y de lo que ya se ha contado, y asumo el riesgo de que me hagan ‘mute’ por aburrir y hasta de ofender si hace falta, todo con tal de no resultar brasas. Lo que pasa es que hay situaciones en las que uno no necesita ser precisamente un sabueso para verlas venir y casi ofende la sorpresa que se llevan algunos, motivo por el cual te ves en la obligación de, con todas las cautelas del mundo, repetir lo que todo el mundo sabía que iba a pasar salvo, por ejemplo, los que dirigen el Partido Popular de León desde Valladolid, más preocupados por tener a sus fieles aborregados para garantizarse su apoyo cuando necesiten pelear para conservar sus sillones que por los destinos de esta provincia. En el Ayuntamiento de León han montado un enredo monumental de ahora imposible solución que hubiera visto venir el mismísimo Tezanos, pese a su ceguera selectiva. Con la elección de su candidata perdieron votos primero y ahora incluso la posibilidad de amenazar con una moción de censura, porque su grupo ha quedado tan fragmentado que lo del actual alcalde, aunque no lo parezca, será a efectos prácticos una mayoría absoluta.
También se ve venir lo que les va a pasar en la Diputación, donde el PP, pese a ser el que cuenta con mayor representación, solo tiene una posibilidad de gobernar: que los ‘no oficiales’, los que se han hartado de las órdenes de los señoritos de cortijo pucelano o dehesa salmantina que entienden que hacerse los enrollados es disfrazarse de Coronel Tapioca, consigan controlar a sus once diputados. De otra forma, la UPL, que es la que tiene la llave del palacio, no podrá pactar ni aunque quisiera con el PP porque será un partido fragmentado y excesivamente volátil. Lo más preocupante es que da la sensación de que los mandamases del partido prefieren perder la Diputación antes de que la gobierne uno que no les ríe las gracias, aunque sólo sea para que en cada pleno de las Cortes Mañueco vuelva a repetir, como un auténtico pelma, que «UPL es el bastón del sanchismo». También se puede ver venir, sin ser perro policía, que el PSOE volvería a engañar a los leonesistas, aplicándoles otra dosis de soberbia y desidia institucional, prometiéndoles proyectos que ni siquiera forman parte de su imaginación y, como estos últimos cuatro años, recetando un poco más de reposo para una provincia ya excesivamente reposada que pide a gritos acción desde hace varias décadas. Después, asumiendo ya definitivamente el riesgo de resultar pesado, se ve venir también la defunción de la UPL para otros cuantos ciclos políticos.
Así que siento repetir obviedades, no contar nada nuevo y dar la chapa, sobre todo a quienes, como yo, llevan meses soportando una sucesión de murgas electorales en las que los políticos han dedicado sus discursos plomizos a darse la razón y hacer chistes que sólo pillan los suyos, un clásico de los turras. ¿O acaso nadie ve venir que los leoneses acabamos de elegir a cuatro diputados y cuatro senadores que, desde pasado domingo, ya no se acuerdan ni de dónde está la provincia de León hasta dentro de otros cuatro años? Para su desgracia, han de saber que vivirán con la condena de que no hay nada más de León que un renegado de León.