Hace unos años cayó, no muy lejos de aquí, otro premio del Gordo de Navidad. Un grupo de amigos compraba todos los años un décimo, que terminaba de manera inevitable en la basura o convertido en algún utensilio diferente. «Yo este año paso», dijo uno al resto del grupo, cansado de que la suerte no les sonriera. Se repitieron las insistencias, los presagios y las corazonadas, sin surtir efecto. Y, claro, tocó. Entonces, aquél, el único que no había participado de la dicha navideña, empezó a pasear su mala sombra por los bares, repitiendo a cuantos le quisieran escuchar: «Uno solo. Con un euro que cediesen de cada décimo…»
De la euforia a la pesadilla hay un pequeño paso. Lo sabía aquel grupo de amigos y lo están empezando a comprobar en Villamanín, que estos días atrae la atención de toda España por la maldición de las participaciones ‘fantasma’ del primer premio del sorteo del 22 de diciembre. Hasta ahora conocida por Ezequiel -cuna de famosos embutidos, amén de parada y fonda para los asturianos que todavía cruzan el Pajares-, la localidad de la montaña es hoy símbolo del mal rollo que traen, ah, los dineros.
La historia, a estas alturas, es conocida por todo el mundo. Y, sin embargo, conviene repetirla una vez más: la comisión de fiestas de la localidad terciana vendió participaciones del 79432 a cinco euros, de las cuales los compradores jugaban cuatro y el euro restante iba para sufragar las celebraciones en honor a San Juan Degollado. Al parecer, las cuentas no salieron bien y se vendieron participaciones de 90 décimos, cuando sólo habían adquirido 80. Resultado: cuatro millones de euros que… miau.
Algo debe tocar en el inconsciente colectivo español este tipo de relatos, porque es un lugar común en películas y series televisivas: las participaciones de premios ficticios o que no aparecen. Las imágenes y declaraciones que llegan estos días desde Villamanín lo confirman. De la promesa de traer a Rosalía para el patrono se pasó a las miradas duras y al «por qué tengo que pagar yo el error de estos». Era la reacción a la propuesta de la comisión para evitar ir por lo penal: que cada propietario de participación renuncie a un 10% de los 80.000 euros que corresponden a cada papeleta para evitar que el veneno del vil metal destruya la convivencia. Sea cual sea el desenlace, el daño no parece reversible.
Un asesor financiero con aires de Lionel Hutz pregonaba el otro día que el 70% de los ganadores del Gordo de Navidad termina arruinado en cinco años. Por los whatsapp corre ya una canción hecha con la inteligencia artificial del Suno que glosa, bachatera, la cizaña sembrada. La mujer de Churchill decía que hay «bendiciones disfrazadas»: pues he aquí una maldición cubierta con la capa de la alegría.