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Válgales la redundancia

17/03/2024
 Actualizado a 17/03/2024
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Como supongo que le haya pasado a todo el mundo, yo también volví a casa del colegio más de una vez diciendo que el profesor me tenía manía. Pronto me di cuenta de que la excusa no resultaba demasiado creíble, como la de que el perro te había comido los deberes, pero con el tiempo, en este vaivén del mundo, me enteré de que es verdad: algunos profesores le cogen manía a un alumno desde que mismo día que arranca el curso. Mi problema era que mi casa siempre ha estado llena, y lo sigue estando, de maestros y profesores, una herencia docente que provocaba que nunca se pusieran de mi parte ni se creyeran mis excusas sobre las conspiraciones que me impedían a veces aprobar y a veces sacar mejores notas. Siempre me dieron el mismo consejo: «cría buena fama y échate a dormir», es decir, aprieta los codos en el primer trimestre y así podrás vivir de las rentas durante el resto del curso.

La verdad es que pocas veces lo puse en práctica, pese a que es un consejo indudablemente sabio, y no recuerdo haber podido vivir de las rentas de mi buena fama como estudiante, más allá del año del Erasmus, durante el que sólo con decir que era español conseguía cierta condescendencia por parte de los profesores y despertaba su curiosidad por saber cómo era el estado de salud del periodismo en mi país, pregunta para la que a día de hoy sigo sin tener una respuesta convincente, así que me venía muy bien lo de la barrera idiomática para que mis explicaciones no pareciesen tan confusas como las de una ministra que, para sorpresa de nadie, sabe lo que van a publicar los medios antes que los propios medios. 

No podía hablar entonces, porque la verdad es que no me preocupaba demasiado, de la infantilización de nuestra política, que hace que muchos candidatos también se comporten como si las urnas les tuvieran manía. Ya se sabe que los votantes suelen votar mal cuando no te votan a ti. Lo que me cuesta mucho más trabajo entender es que algunos de nuestros dirigentes crean que pueden vivir de las rentas durante buena parte de los mandatos o las legislaturas, a no ser que por buena fama entiendan únicamente haber sido los más hábiles, los más ambiciosos, entre los suyos para haber conseguido situarse en los mejores puestos de sus respectivas listas. Esa es la sensación que transmiten muchos de ellos a estas alturas, cuando no ha pasado ni un año de las últimas elecciones municipales y se respira una calma que ni siquiera se puede calificar de tensa. Relajación institucional, en unos sitios más que en otros, es como se podría definir este periodo de entre guerras, el tiempo entre campañas, en el que da la sensación de que algunos son demasiado conscientes de que nada de lo que puedan hacer hoy se recordará ya no mañana, sino en el momento en el que tengan que volver a pedirnos el voto. Veo a los políticos leoneses especialmente pasivos, válgales la redundancia, disfrutando de los sillones, los cargos, los sueldos y los aparcamientos reservados, convencidos de que los momentos decisivos aún no asoman por el horizonte y disfrutando del espectáculo que ofrecen sus colegas que juegan en la liga nacional, en la que hay histerismo para exportar y casos de corrupción para todos los gustos y opiniones. La situación se ha dado la vuelta de tal modo que ahora es la izquierda la presume de resultados económicos y la derecha la que da lecciones de moralidad. Ya se sabe que siempre suele hablar el que más tiene que callar.

Lo más preocupante no sólo es que quienes gobiernan dejen los deberes para mañana, a ver si con suerte se los come el perro, sino la comodidad que transmiten quienes están en la oposición, tanta que, en algunos de los casos, da la sensación de que están perfectamente satisfechos con el resultado de las últimas elecciones, instalados en la facilidad de no tener responsabilidades ni nada más que hacer que opinar de las obras de los demás, como jubilados prematuros de la política, y comprobar que el gerente tiene bien apuntado su número de cuenta. No van a andar auditando el trabajo de quienes les dieron las dedicaciones exclusivas, no sea que se las quiten, ni tampoco haciendo preguntas incómodas, no sea que les vuelvan envenenadas. 

El escenario, además, se les pone preocupantemente favorable a unos y otros, sin la necesidad de contarle a nadie que les tienen manía ni que les han robado los apuntes: si llevábamos ya un par de años escuchando «a ver si con los fondos europeos» como respuesta a cualquier propuesta que se hiciera, debemos ahora prepararnos para la monserga del «es que como no hay presupuestos...» para otra larga temporada. En otro lugar, en otro tiempo, se agradecería mucho este silencio, sobre todo teniendo en cuenta lo que muchos de ellos dicen cuando sí hablan, cuando ven más cerca sus exámenes, pero el principal problema es que la provincia de León ya no se puede permitir más desidia por parte de sus representantes políticos, a los que sólo les falta referirse a sus mandatos diciendo lo que tanto le repito yo últimamente a mi hijo: «Ojalá no crecieras nunca».

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