Los últimos episodios de los caraduras que se marchan sin pagar, han dado mucho que hablar. Sin embargo, no es nada nuevo. Recuerdo el salto de Miche sobre la barra para cobrar a uno que ya salía por la puerta. Hay que decir que el omañés, había jugado en Primera con la Cultural.
Otro caso fue el de mi amigo Ramonín, Ramón el calvo, con el que aparte de una fuerte amistad, compartía el peinado. Sin duda era mejor que yo, más inocente, afectuoso, socarrón y un temple que le granjeaba la simpatía de todo el mundo. Con sus eternas gafas de negra montura y varias décadas sobre su nariz y su camiseta de mangas reviradas a lo Bruce Springsteen, frecuentábamos los bares entrañables del Húmedo. Hoy no quedan más de cuatro.
Uno de ellos, en la Rúa, era el Alejandro. Un punto de encuentro de gente normal y algo extravagante, pero muy interesante. La piqueta y la especulación de Santos Llamas (Carriegos) lo echó abajo para levantar una aberración. Estando allí, coincidió Ramonín con un caballero muy pulcro y atildado, que venía a León por negocios. Naturalmente, salió el tema del paro y, naturalmente, mi amigo se interesó. «Precisamente he venido a León en busca de personal para mi empresa en Mondoñedo» –dijo el elegante–. Sea por el mero hecho de ser gallegos o por cualquier otra razón, se trabó un compromiso. A eso de las dos el empresario le dijo a mi amigo: «Oye, te invito a comer y, mientras tanto, vemos los pormenores». Total que fueron a la calle Astorga y en el restaurante se dieron un homenaje. Sin escatimar. Tras el café, la copa; tras la copa, la faria. Pero antes de que el camarero presentara la caja de los puros, el empleador dijo: «El caso es que tengo yo unas farias gallegas en el coche... voy por ellas». Un minuto, dos minutos, casi cinco. ‘El Calvo’ se puso lívido y en el pecho sentía vahídos. ¡Cómo me la ha preparao este hijoputa! –se dijo, tal cual–. ¿Cómo salir de aquella embarazosa situación? Pues, por la puerta, en un descuido del camarero, y corriendo a toda pastilla.
Un día, me lo contó con mucha sorna y cierta vergüenza. No por no pagar, que no era cosa suya, sino por el bochorno del timo y la veloz carrera, impropia para su dignidad, como un chiquillo o un delincuente. No siendo ni una cosa, ni otra.

Un día sin faria
15/03/2017
Actualizado a
19/09/2019
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