25/02/2024
 Actualizado a 25/02/2024
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Un shazam de perfumes. Me explico: el algoritmo se ha colado hasta el último rincón de nuestras vidas. Escuchas una canción, pones el telefonino y te dice cuál es. Alguien comparte un fragmento de una película, le mandas una captura a los señores de Palo Alto y te identifican el título, el director y la puntuación en Metacritic. Hay incluso -lo probamos una vez por aquí- una aplicación que te pones a tararear la musiquilla de un anuncio, te la pasa a un pentagrama y, a partir de ahí, se puede rastrear, catalogar y ¡eureka!.

Pero, ah, la nariz. El sentido olvidado. Hay antropólogos que sostienen que la clave de la humanidad vino en el momento en que aprendimos a caminar erguidos, pero no por el bipedismo en sí, sino por todas las consecuencias que acarreó. Entre ellas, el parto adelantado respecto a otros primates -con el consiguiente desvalimiento de los recién nacidos y un aumento de los cuidados a la prole-, y sobre todo la ocultación de la ovulación de las hembras respecto a los machos. La sexualidad humana se liberó entonces de los ciclos naturales y, por tanto, el olfato dejó de ser tan importante. De ahí su limitada utilidad en nuestros tiempos. Apenas para huir de los hedores pungentes y para apreciar la porquería que sirven en los restaurantes carísimos de platos cuadrados, con malísimos cortes de carnes y despojos de pescados enmascarados en salsuzas de Pedro Ximénez y otras movidas por el estilo.

Sin embargo, algo queda. Pocas sensaciones tienen la capacidad de evocación que llevan consigo los olores. El aroma de esa persona, la fragancia de esa comida de la infancia, los vapores de la tierra mojada… Me contó una vez el cantautor Rufus Wainwright que preferiría perder la visión a quedarse sin olfato. Naturalmente, había un subtexto de ‘guarreridas’, pero también se refería a esta vertiente ‘proustiana’ de más arriba.

Andaba yo un día caminando, a mis cosas, y me crucé en unas escaleras mecánicas con un paisano que llevaba un perfume estupendo que me sacó de mi ensimismamiento. Lamenté no tener la confianza o el arrojo para preguntarle que llevaba (aunque, ahora que lo pienso, aquello habría implicado pegar unas vergonzosas voces). Y eché en falta eso, que la Inteligencia Artificial (por llamarla de alguna manera) no haya avanzado lo suficiente como para desarrollar una pituitaria digital y una conexión a una base de datos de esencias, almizcles y demás. Dejó aquí una idea para que se forre con ella quien estime conveniente.

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