Me preguntaron una vez ¿tú te pegas? Lo cual, traducido por Loquillo (famoso él por tener que afrontar algún proceso judicial tras reaccionar de manera violenta a provocaciones) venía a decir ¿eres de los de «para qué discutir si puedes pelear»? Y la respuesta fue que no. Que yo era más de diálogo y evitación.
Pero fue una respuesta maquinal e imprecisa, porque los puñetazos mal encajados los recordaba con detalle y también sentía que, aunque la mejor torta es la gallega de nata con toneles de mantequilla, después de aquella, la que mejor sabe es la torta que uno suelta con convencimiento, por justicia. Quien la dio lo sabe.
Eso sí, más allá de apologías de perfil bajo, la violencia intensa y gratuita da impresión, a mí y a la generalidad. Al menos en España, país como Italia, sospecho, donde, excepto los ultras de patada en la cabeza y los machoesféricos desnortados, la población no la ha normalizado. Pero el mundo es muy otro. En fin de año, en un entorno no mediterráneo, vi como un chaval británico ebrio expulsado de una zona de baile por estar pasándose de la raya, recién en la calle, no contento con haber molestado lo que molestó, logró darle un puñetazo a un norteamericano de los que colaboraron en su bloqueo y expulsión (sin penalti). Y la reacción fue que el que recibió el golpe se revolvió como Tornado Jackson entre la turba y le asestó un cañonazo tan rápido al pedoflas que lo noqueó, para luego irse tan campante y el personal ni inmutarse. Estaba claro que Tornado se pegaba ‘mucho’ sin necesidad de mechero en el puño (clipper mejor, que es redondo) ni manos de ferrallista (más bien de joyero) y, sobre todo, que lo sucedido era el día a día de aquella gente, con margen para asimilar sucesos mucho más sangrientos.
Desde el punto de vista de la edad, cuando uno va acumulando décadas, la violencia física suele ir dejando de estar presente o latente porque la madurez implica civilización y economía de medios. Pero hay quien no aparca al látigo que lleva dentro, como ese artista nuestro con halo de maldito e irreductible cuya falta de instinto de supervivencia hace que se sumerja desde bien joven a saco paco en tanganas que podría evitar (o eso dice quien le construye la leyenda, y así se construye). Él se pega.