Los de Pola de Gordón seguimos desde hace años la ascensión irresistible de este cura, desde que era un chaval, hacia los altos picachos del gobierno de la diócesis, y también a través de sus escritos periodísticos. Sus vecinos de La Pola, le quieren, y le aconsejaron que no se metiera en ‘líos’, pero él nunca hizo caso, y siguió su rumbo de cura apostando por ese estilo de compromiso con la gente corriente. Y así empezó de cura de pueblo, profesor de religión, Vicario General y Rector del Seminario, y ahora… un cura comprometido con la gente de este viejo y pícaro mundo.
Antonio Trobajo, antes joven y ahora en plena madurez; antes flaquillo y luego universitario de Salamanca, y ahora con sus setenta y cinco años y su experiencia encima; antes y ahora y mientras viva Antonio Trobajo ha sido, es y será un cura imparable que hace muchas cosas bien, incluido el escribir. Cuidado, no solo por su cultura y sus lecturas, por su dominio del latín, por sus dotes innatas de sacerdote amigo, sino también por su trabajo tenaz, como reconoció el obispo de León en el pequeño homenaje del primero de mayo pasado.
Antonio Trobajo podía haberse dedicado a escribir en un diario nacional o a ocupar un cargo en la Conferencia Episcopal, sus dotes y su preparación son suficientes para haber sido un cura ‘importante’. Pero, antes y por encima de todo él se siente hombre, creyente y sacerdote. Sin remedio. Habla y escribe muy bien. A él le importan las palabras, pero más le importa la sangre que las palabras llevan dentro. Leyéndole, puede parecer que prisionero de la dureza existencial de sus personajes y del paisaje de nuestro mundo, fuera un poco pesimista. Pero, no es así, porque como escritor creyente siempre deja claro su testimonio cristiano.
Antonio Trobajo domina los medios de expresión oral y escrita, porque domina el latín, el griego y la lengua española. Y eso se nota leyéndole. Ponerme ahora a cantar la letanía de todos sus escritos y de sus quehaceres eclesiásticos, sería largo y a él no le gustaría nada. Pero se puede reconocer en sus artículos un exquisito modo de decir, un subsuelo cultural que impresiona, un razonamiento convincente, y la sencillez y armonía de todo buen escritor. Además ha conseguido el anhelo secreto de todo comunicador, tener ‘familia’, y esa familia son sus lectores de León y de muchos rincones de la provincia.
Y ahí sigue, sonriente, imparable, brillante, con buen humor, sin presumir de nada, repartiendo, desde esa atalaya de los setenta y cinco años, panecillos calientes de testimonio cristiano, en La Nueva Crónica de León. Gracias, Antonio. Qué gran tipo eres.
Manuel Robles es párroco de Tazones
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