16/04/2025
 Actualizado a 16/04/2025
Guardar

Lleno de orgullo por un férreo sentimiento de pertenencia a una tierra tan maravillosa como abandonada a su suerte, el Bierzo celebró el lunes las bodas de plata de su bandera. Sin embargo, pese a que debía ser una fecha para proclamar a los cuatro vientos nuestro amor por la comarca que nos vio crecer, yo no podía ignorar una sensación amarga. Miraba la cruceira y apreciaba la falta de una pequeña parte que antes se hacía sitio entre las hojas de vid y los martillos cruzados. Ya no estaba Tarsicio.

Días después de su fallecimiento volví al Bar Alaska a ver el partido de la Ponferradina. Allí acostumbraba a estar él, solitario, con los dedos entrelazados y alternando un trago de agua con otro de café. Esta vez su silla estaba vacía. Lo que sí había era un grupo de rapaces que precisamente hablaban de él. No tenían ni idea de qué es el Partido Regionalista del Bierzo o qué fue el Partido del Bierzo. Por supuesto que desconocían si Ponferrada tiene AVE o un campus universitario fuerte. Es que ni siquiera sabían con precisión quién era Tarsicio. Pero su conversación trataba de una figura cuasimitológica de un berciano de pro que defendía a su tierra con huelgas de hambre, enganchadas con señores trajeados y otras hazañas ya más próximas a las crónicas fantásticas de los superhéroes que les fascinan.

Pude hacerle dos entrevistas a Tarsicio, la de la ilusión y la de la decepción. La primera, en los prolegómenos de las últimas elecciones municipales, y la segunda, días después de que se quedara a escasos votos de volver a entrar en el Ayuntamiento como concejal. En esta última le pregunté si le quedaba energía para seguir vinculado a la política. Su respuesta: «Si me deja mi mujer…» En ese momento tuve claro que Tarsicio jamás dejaría la política; para ello tendría que ser la vida la que lo dejara a él primero.

Cuando llegué a la redacción la mañana después de las últimas municipales reinaba la calma. Tras una noche agitada de recuentos, botellas de champán y promesas vacías, sólo faltaban las bolas de paja de las películas del antiguo Oeste. Al correo del periódico únicamente había entrado una queja a las seis de la mañana. Era suya. Una de esas denuncias que ya casi nos sabíamos de memoria en las que exigía el AVE, recordaba la deuda histórica a la comarca o enviaba imágenes de aceras destrozadas o de matorrales descontrolados.

Esto era Tarsicio, un luchador incansable por la tierra que amaba. Y esto será Tarsicio, una figura cuasimitológica cuyo sello, aunque hace días no lo viera, estará siempre en la bandera del Bierzo.

Lo más leído