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Una tarde de cine

22/11/2023
 Actualizado a 22/11/2023
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Una tarde de cine. Se dice cuando se suceden una serie de acontecimientos agradables. Como cuando esa mujer tan atractiva, te dice «sí» y vais al cine juntos, luego a cenar y lo que surja. Cuando cambias de moto y bebes los vientos, hasta llegar al mar. O cuando después de muchos trapicheos, llegas a presidente de gobierno.

Pero, dejando esas situaciones, lo que quiero decir es entrar en una sala y ver la proyección de la última obra de Ken Loach. Creo que las he visto todas y me he conmovido por su forma de abordar las cosas. Sólo hasta ayer. 

El título es ‘The Old Oak’ y el precio de la entrada te da derecho a un lavado de cabeza o de cerebro, más bien. El panfleto se fija en un decadente pueblo inglés, abatido por el cierre de las minas. Un asunto del que sabemos bastante en León. En el pueblo quedaba en pie un local donde los escasos parroquianos viven despreocupados, entre los recuerdos y la cerveza.

 Hasta que un día se produce algo inquietante. Alguien estaba comprando las casas vacías de la zona a precio de saldo. La primera repercusión fue que los que pensaban vender su vivienda, para cambiar de aires, ya no podrían hacerlo porque los precios de sus viviendas cayeron por los suelos.

Lo siguiente no lo vieron venir. Pero ¡vaya si vino! Y lo hizo en forma de decenas de autocares atestados de refugiados islámicos que, apenas descendidos, empezaron a ocupar las casas asignadas. El hecho, de no haber sido informados, causó en el pueblo estupor, desconfianza y rechazo. Una reacción natural, supongo. Pero, en adelante, Loach hace un ‘looping’, e intenta recomponer las piezas.

En contra de lo esperado, los refugiados resultaron encantadores, y pronto se ganaron la simpatía de los lugareños, salvo la de los irritantes asiduos del pub. Las buenas gentes de las oenegés, les dan enseres, ropa y les llenan las neveras. Se visitan, se invitan para tomar el té en casa y salen de excursión al campo, para merendar en común. Todos están alegres, charlan y comen de todo. Salvo el jamón de York y el chopped. Quién diría que tenían que llegar los palestinos para dignificar la vida de esta campiña y remover las conciencias de la gente. Llegados a este punto, el film no es creíble y sí muy empalagoso.

Respecto a la causa de esta emigración, Loach pasa como gato por ascuas, para no desviarse de la comedia. Pero la guerra en Siria es cosa seria y están implicados Irán, EEUU, Rusia, Turquía y el Kurdistán que mantienen la dictadura de los Al-Sadatt. Antes el padre y actualmente el hijo. 

En cuanto a los personajes, los emigrantes, están bien perfilados, mientras que los ingleses son meros estereotipos. Se obvian tantas cosas que tanto daría que llegaran del Golán como de la franja de Gaza porque básicamente, la moralina de Loach es crear una trama simplísima para vendernos la integración. El hecho de que la película se realice en plena guerra entre Israel y Hamás, tampoco es casual. Se superponen las similitudes para que la imaginación, el desconocimiento y los prejuicios hagan el resto. Ya vimos adónde derivó la primavera árabe y lo que está pasando con la alarmante ocupación de Europa.

Al salir, la decepción me llevó a un bar. No puse resistencia y me tomé unas cuantas pintas. En la mente, tenía la imagen de aquel pub. Allí estaba yo, discutiendo con aquellos pobres diablos, tan maltratados por Ken Loach. Como dijo Mark Twain, «no dejes que la realidad te estropee una buena historia».

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