¿Servís cortos?

Alentada por uno de mis compañeros de redacción, hoy me he propuesto llenar esta columna con una reflexión de andar por casa, de esas que hace una charlando en el camino de vuelta después de un rato de trabajo. Tenía varias ideas en mente —alguna más políticamente correcta que otra— y finalmente he acabado siendo empujada a escribir sobre lo divino y lo humano que acontece en esta ciudad al mediodía y también en algunas noches de los fines de semana.

No bebo muy rápido. Ya está, ya lo he dicho. Para algunos de mis acompañantes en terrazas o bares a veces resulta un pelín exasperante: ya han acabado su consumición cuando yo aún me llego por la mitad. Y no es que me enrede en mil conversaciones ni que me entretenga especialmente con el vuelo de una mosca. Simplemente, voy más despacio que los demás. (Sin prisa, pero sin pausa, también).

Es por esto que, cada vez que entro en un bar leonés y hago la famosa pregunta, me hace bastante ilusión recibir una afirmativa por respuesta (y a mi compañía también): «¿Servís cortos?», me gusta consultar a la persona que está detrás de la barra cuando me apetece una cerveza o ya me he bebido alguna de más. Lo cierto es que en el último año he recibido más ‘noes’ que ‘síes’. El ‘sí’ de la semana pasada vino del dueño de un establecimiento que aún confía en que esta bebida —que hizo famosa la manera de disfrutar del aperitivo en esta ciudad—, es importante para la identidad de un León que, cada vez, se ve más sumergido en las grandes propuestas gastronómicas y el servicio al turismo que en conservar su idiosincrasia más particular.

«Lo bueno que tiene es que te puedes tomar varios, por lo que tienes la oportunidad de visitar más bares. Así también se hace ciudad», comentaba el firme defensor del corto en pleno centro de la capital. Así se reparte la riqueza, se prueban diferentes ‘tapinas’, se conoce la ciudad y no se acaba cantando «te estoy amando locamente» antes de lo deseado. Todo ventajas. ¡Ah!, y por supuesto que ya no se hace esperar a los demás.