26/10/2024
 Actualizado a 26/10/2024
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Toc, toc. ¿Llamando a la puerta del leonesismo o el leonesismo llamando a la puerta? Está en su plena efervescencia y se extiende a todos los rincones en mociones que me parecen tiros a un aire que forcejea con las corrientes ventosas que se lo quieren llevar. 

Toc, toc. Llama el leonesismo y me obliga a cuestionarme. A meditar sobre lo que a este individuo le hace ser –sentirse– de León.

Creo que es la muralla, que a ratos me recuerda que vivimos encerrados en los tres o cuatro estigmas de siempre; que me consuela al mismo tiempo por su poesía. O es el clima, que nos hace mimetizarnos y ser fríos para disfrutar de los abrazos que no solemos dar. 

Será el vivir a medias tintas entre la montaña y la llanura; solo en el término medio puede instalarse la verdad, si es que la hay. O serán todos los pueblos a los que nunca he ido, que vertebran armoniosos una provincia solitaria y hermosa.

Puede que sean sus pantanos y las historias de vida que hunden sus aguas, por las que no se para de pedir más. Es el puente que cruza el de Barrios de Luna y te traslada a una película que inquieta al tiempo que desborda de belleza. 

Es la lengua que metamorfosea según la boca de la que salgan las palabras. Esa riqueza que nos deja decir inocentes una misma cosa con tantas formas como combinaciones de letras quepan en los cogotillos, poniendo a nuestro servicio el diccionario, que es donde debe estar.

Creo que es la vejez de la tierra a la par que la de sus gentes: sabiduría hecha campo, sabiduría hecha persona. Es saber que vas a volver por muy lejos que marches, al contrario de lo que cada día ves al pasear.

Es llevar en tus apellidos la toponimia que es el origen de tus antepasados. Es llevarlos por bandera aunque casi siempre le cueste ondear.

Ser de León es comprar los productos del pueblo de fulanito por las buenas reseñas de las que te ha hecho testigo menganito. Es no conocer mejor hojaldre que el de Astorga ni comilona más copiosa que la del Ezequiel. 

Y de León se es o no se es; lo de sentirse ya es otra historia. Yo, hoy, contenta: aferrada al albarín y las galletas de Sahagún que llevo en la mochila, rumbo a una tierra nutrida por el carbón que antaño hubo en la mía. Una tierra que rebosa vitalidad, que me ayuda a perderme unos días y que, aun así, en el fondo no me quita las ganas de volver.

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