07/06/2025
 Actualizado a 07/06/2025
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Ahora que llega época de vacaciones, atrapados todos en el yugo ese del viajar, es momento de comprobar una vez más que este mundo no está del todo pensado para los solteros. Que, si no puedes permitirte pagar por una cama doble faltándote la otra mitad –del dinero– o si no estás dispuesta a escuchar los ronquidos de un alemán gigante, las peroratas ininteligibles nocturnas con acento de un francés o los eructos borrachos de un inglés borracho en una herrumbrosa habitación compartida, tienes que prepararte para encaminarte rumbo a un destino que no te llevará mucho más lejos de lo que está Murcia. Que no es que esté mal, pero seguro que prefieres visitar Praga o Budapest. O las dos. Y si da tiempo a pasar por Viena o Bratislava, pues también.

Sometidos entonces a ese yugo paradójico –«solo la debilidad extrema de la imaginación justifica que uno tenga que trasladarse para sentir algo»–, también es turno de videollamadas interminables de propósito organizativo. Algunas veces salen bien después de escuchar cómo tu colega de 26 años, que ya tiene quien le asesore en materia bancaria, te explica que el dinero quieto mejor moverlo; que si la rentabilidad es mayor, que si el TAE y que si tal y cual y que si tal cual. Que ya está ahorrando mensualmente parte de su sueldo para asegurarse una pensión copiosa y que, aun así, no va a dudar en ser un manirroto en el próximo viaje. El chaval hace ingeniería financiera todo el año para no escatimar en gastos durante treinta días: tiene que aprovechar que en julio puede permitirse ir hasta Budapest, a sabiendas de que quizá sea el resto de su vida lo que no se puede permitir.

A mí es que se me hace bola lo de ser adulta. Me atraganto a cada rato y toso encogida, esperando encontrar las respuestas al volver a la posición natural, pero nada; no hay manera. Mi dinero sigue quieto y hasta me produce cierta zozobra el trámite ese de la declaración de la renta. Y eso que el borrador me dice que me sale a devolver. Y llega el verano y tengo que ser muy adulta para pasarlo como una cría. Y mi mala leche va en aumento a medida que aumenta el calor. Y la mala leche da paso a veces a una tristeza abusiva que se torna indiferencia hasta entrar por el agujero de un embudo a una botella acristalada desde la que puedo ver, pero no participar. Y pienso «pobre niña rica, no sé qué pudo pasar».

Después reparo en que no sé si preferiría que no hubiera verano en todo el año o que todo el año fuera verano y en que sí sé que no me gusta tener que esperar todo un año para disfrutar del verano; que no me gusta jugar a ser adulta una vida entera para disfrutar como una niña unos instantes perentorios. Y vuelta a empezar: «aburrimiento visceral, hipocondría, angustia cósmica». 

También sé que no deja de ser verano por pasarlo en Murcia o en León, pero, sometida como estoy al yugo ese del viajar, ya me he comprado el vuelo a Budapest con el colega a ratos banquero que me deleitará constantemente sobre qué debo o no debo hacer con mis ahorros. Y, aun así, qué ganas tengo de vacaciones.

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