Por suerte sigo dispuesto a defenderme de las decepciones y amarguras de los tiempos con dedos y palabras. Uno bien sabe que escribe para atarse con nudos caligráficos al tiempo y a esa cotidiana y generosa amante que es la vida. Así, este hombre, que comparte gozoso (entre todos) el primer derecho humano –«todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros»– y por ello y lógica e ideal platónico piensa en republicano, asiste con disgusto al pertinaz republicanismo despótico del independismo catalán. Con disgusto no por su republicanismo, pero sí por su nacionalismo y aún más por su carácter despótico, indigno tanto o más que si el mismo se diese en cualquier monarquía por no hablar ya de caudillismo. Ver cómo el nacionalismo burgués y, faltaría más, transversal de Junts per Catalunya, cómo Ezquerra Republicana y la Candidatura de Unidad Popular han seguido el ritmo marcado por el fugado caudillo Puigdemont con absoluto desprecio a la realidad social y electoral reflejada en las últimas elecciones, llegando incluso quienes eran partidarios de la elección presidencial y posterior gobierno de manera telemática a acudir a capítulo allá donde el presidentísimo posara sus republicanas (Bruselas, Berlín) me dice mucho más del componente religioso de toda ideología y mucho menos de la capacidad política de los elegidos que tanta turra han dado y lo que te rondaré Constitución de ahora en adelante con Torra y sus famosas torradas cuyo contenido dicen ya bastante del President ventrilocuo. Y qué pensar de las señorías de la CUP absteniéndose ahora como salvaguardas de las esencias patrias independentistas y su república pendiente. Qué de históricos paralelismos, qué de nefastas y esclarecedoras alegorías; qué raros consensos de los mismos que denigran, critican y atacan el consenso constitucional; consenso, por cierto, del que se benefician pudiendo ser y confesarse nacionalistas o republicanos.
Pero no es de alarmar, a la lógica, democrática e igualitaria idea de República le pasa lo mismo que, con perdón, al cristianismo, quien más daño le hace son sus más ardorosos seguidores. Son cosas de la fe de los conversos. La democracia, el constitucional Estado de Derecho, incluso en su forma de Monarquía parlamentaria, y la política sabrán, aun con todas sus flagrantes deficiencias y vergüenzas, regresar a la razón y distensión. Con Constitución y consenso.

Republicanismo despótico
16/05/2018
Actualizado a
08/09/2019
Comentarios
Guardar
Lo más leído