07/05/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Cada cierto tiempo vuelve a la actualidad leonesa la palabra prohibida, ésa que alienta el imaginario de docenas de miles de leoneses y que tan nerviosos pone a los partidos políticos y a las personas (que tienen nombres y apellidos) responsables de que sea así. Esta vez fueron los dirigentes sindicales en la manifestación del 1 de Mayo en León los que la desempolvaron convencidos ya, a lo que se ve, de que el poder político y el económico van unidos, pero otras veces fueron grupos políticos o asociaciones sociales y culturales o personas a título particular.

El referéndum, esa palabra prohibida, regresa, pues, cíclicamente como deseo a una provincia esquilmada, desmoralizada y llena de problemas que cada vez está más convencida de que la solución a ellos pasa por desgajarse de una autonomía en la que fue integrada sin consultar a su población al respecto y a la que muchos de sus habitantes culpan de su actual situación de declive. Sea o no cierta esa percepción (muchos de los problemas de León, estructurales y de raíz histórica, sobrevivirían en cualquier situación que estuviese), lo cierto es que el mantra ha calado hondo en los leoneses hasta el punto de que cada vez son más los que, con la boca pequeña o grande, dependiendo de su independencia personal, reclaman un referéndum para decidir si quieren seguir en Castilla y León o desgajarse de ella al modo del Reino Unido de Europa. Un referéndum que, de haberse realizado cuando se crearon las autonomías como se hizo en otras regiones, habría evitado que hoy sea un negro fantasma que sobrevuela continuamente las decisiones de los políticos autonómicos, atemorizados por las consecuencias de ellas pese a que lo disimulen en público y manifiesten cada vez que tienen ocasión que los que piden el referéndum en León son cuatro leonesistas locos y que la autonomía de Castilla y León es aceptada por los demás.

Las páginas de la historia están llenas de episodios que parecían inamovibles y que ahora ya apenas sí se recuerdan. No citaré el Imperio Austrohúngaro o la Unión Soviética porque hay ejemplos más próximos. Así que los que confían, como vienen haciendo desde el principio de la autonomía, en que el deseo de autogobierno de los leoneses se les pasará se equivocan, como se equivocan los que lo piensan de vascos y catalanes, o de los escoceses en el Reino Unido. Cuando alguien se quiere ir de un club se termina yendo y obligarle a permanecer en él sólo hace que prolongar el malestar y el enfrentamiento entre los distintos socios. Y un país, una región y cualquier forma de organización política no deja de ser un club en el que los pueblos y las personas están voluntariamente o no están, por lo menos en una democracia. Quienes rechazan el referéndum como fórmula de decisión política lo único que hacen es manifestarse como antidemócratas y esto vale para León, para Cataluña, para el Reino Unido y hasta para el sistema solar.
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