Esta semana, el 5 de junio, se celebra el día internacional del medio ambiente. Ese medio ambiente que nos proporciona lo que comemos, bebemos y respiramos, la base de nuestra supervivencia. El mismo cuyo deterioro ya es calificado de irreversible en algunas zonas de nuestro planeta. Esto, por desgracia, no es nada nuevo. Como tampoco lo es la falta de compromiso real por parte de los gobiernos y responsables, a nivel mundial, a la hora de tomar medidas ante esta situación. A pesar de saber que se trata de una cuestión de vital importancia por depender de ello en gran medida nuestra salud y calidad de vida.
La confederación de federaciones de asociaciones de padres de alumnos de Castilla y León (Confapacal) ha señalado que el servicio de comedores escolares es muy mejorable. La comunidad cuenta con 476 comedores en centros públicos de educación infantil y primaria. El 63% de ellos lo gestionan tres grandes empresas mediante un servicio de catering en línea fría que elabora sus menús en cocinas centrales de Valladolid y Burgos.
Esta centralización es un sistema práctico y económico, aunque, en una visión general sin la venda que no deja ver más allá de la rentabilidad, tal vez esto es lo único que tienen de positivo. Si la comida se cocinase in situ, en cada centro, podrían optar a la gestión pequeñas empresas locales, se consumirían productos de la zona, habría más igualdad entre los territorios y el resultado final, lo que los niños se llevan a la boca, tendría mayor calidad, porque contaría con menos ultraprocesados y precocinados y más frutas y verduras de temporada. También se reduciría la huella ambiental al no tener que transportar los alimentos ni envasarlos en plásticos.
La lógica aplastante dice que sería lo ideal. Resultaría beneficioso para la mayoría de las personas implicadas. Si ponemos en una balanza las ventajas y desventajas, parece obvio qué lado debería pesar más. Claro que, como dice el refrán popular, no hay peor ciego que el que no quiere ver.