25/07/2023
 Actualizado a 25/07/2023
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Seguro que muchos pensaban que iba a escribir sobre las recientes elecciones ¡Pues no!

Para desengrasar de lo ocurrido, y que seguirá dando mucho que hablar (eso si no hay que repetir las mismas), voy a despejar recuerdos que, en nada tienen que ver con lo referido al principio, una vez superada la fecha de depositar el voto.

Lo cierto es que en el verano parece que, con el tiempo libre o de vacaciones, en nuestra época sin clase, afloran recuerdos de todo lo vivido. En mis años de adolescente, junto con el imprescindible y mágico cine, soñábamos con los héroes de los cuentos del momento, conocidos como tebeos, hoy como cómics, debido a los anglicismos del momento.

‘El Guerrero del Antifaz’, aunque con unos dibujos hechos a pluma, llenaba nuestro tiempo libre, que por aquel entonces era mucho. ‘Roberto Alcázar y Pedrín’, con su famosa porra este último, creados por Eduardo Vañó, y con unos dibujos poco atractivos, nos adentraban en el predominio del bien sobre el mal. Ningún malhechor se escapaba a la eficacia de aquel periodista haciendo labores de detective y que asistido por su ayudante Pedrín eran receptores del reconocido cariño, por los jóvenes lectores del momento, en aquella España en las que pocas cosas escapaban de las garras de la censura y donde tampoco había mucho donde elegir.

Después apareció el que para muchos de mi generación, sería nuestro indiscutible héroe favorito: ‘El Capital Trueno’, que junto con Goliat, Crespín y Sigrid, e ilustrados por el magnífico Ambrós, con Víctor Mora como creador del mencionado personaje, novelista y escritor, nos llenarían la imaginación de aventuras que jamás nos hubiéramos imaginado. Gracias a aquellos cuentos, o tebeos, como popularmente se les conocía, descubrimos otros continentes, pues sus aventuras trascendían más allá de lo imaginable. No puedo olvidar que gracias a la generosidad de la propietaria del quiosco, desaparecido hace muchos años, instalado en la plaza de Renueva y regentado por la señora Melchora, pude seguir semanalmente, y de manera gratuita, las múltiples aventuras de nuestros héroes favoritos, imposibles de olvidar.

Hoy en día con las nuevas tecnologías resulta poco imaginable la sensación que entonces te producía la lectura de aquellos inolvidables ‘cuentos’ que, al precio de 1,15 pesetas del momento, se compraban cada semana, o los 25 céntimos que se pagaban por cambiar cada ejemplar en los queridos quioscos, verdaderos portadores de nuestra felicidad.

Me parece imposible comparar nuestras comodidades de hoy día con aquellas lecturas que, con el culo sentados en una tabla sujetada por dos cajones, deglutíamos dentro de aquella biblioteca para principiantes lectores inmersos en el contenido mágico que, para nosotros, desprendían los mencionados e inolvidables, repito, cuentos, como iniciadores de la lectura para toda la vida.

Mis recuerdos para todos aquellos autores que, sin conocerlos casi por los nombres, nos llenaron de vida, de conocimiento e ilusión adentrándonos en lo inimaginable.

P.D. Como dije al principio no hablé de las elecciones que para ello tiempo habrá, y en la mochila las llevaremos.
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