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Por la senda del mal

28/06/2023
 Actualizado a 28/06/2023
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En este momento se dispara la venta de alarmas inteligentes. La gente se va de vacaciones, dejando la casa cerrada y sufriendo una desazón que aumenta en la misma medida en que se prolongan los kilómetros transcurridos y la distancia de casa.

Si te da por instalar un telar, con el cartelito en la fachada diciendo que «esta casa está protegida», lo que en realidad estás haciendo es una declaración del bienestar que disfrutas y de que la las personas de este inmueble son pudientes. Es como un desafío a los ladrones, ocupas y demás fauna, que se puede volver en contra. Hoy no; pero quizá mañana sí. ¿Quién no ha tenido nunca un descuido?

Si, por el contrario, pasas de esos telares porque no te sobra el dinero o eres una persona humilde, como todos, y corriente, puedes marchar tranquilo. Posiblemente no irás demasiado lejos. Al pueblo y venir de vez en cuando a echar un vistazo. Por otra parte, la mejor alarma suelen ser los vecinos con los que te lleves bien, que todo lo ven detrás de los visillos.

La cuestión es no alardear, que es justo lo contrario que hacía mi abuelo. Cuando iba con el carro hasta Zamora, para comprar el vino que servía en el bar de Trascastro de Luna…, que estaba ubicado en la cocina de su propia casa, venía satisfecho por los caminos y si encontraba algún caminante que le preguntara por la mercancía, le invitaba de buen grado. Así unos y otros, ponderaban un vino que les salía gratis. Al regreso lo esperaba mi abuela, que sabía lo que era un decilitro y los que se habían perdido por el camino. El hombre era, como se dice por la zona de Riello, un alabancioso y de vivir hoy, le habrían entrado en casa los cacos o los ocupas por fantasma, por aparentar tanto. No obstante, cuando regresó de los Estados Unidos hizo fortuna con otro bar, en otra cocina, hasta que lo expulsaron por vender alcohol de acuerdo con la vigencia de la Ley Seca.

Delincuentes siempre ha habido, desde que Caín mató a Abel. Un personaje que tengo presente, en la Edad Media, fue François Villon. Un hombre pendenciero, ladrón, faldero, truhán… al que le sobró tiempo para ser uno de los máximos poetas de la literatura universal. Su oda ‘Les Pendus’, los ahorcados, es la premonición de su pena de muerte de la que en, última instancia, fue indultado. Pero su condición no se redimió y volvió a las andadas hasta que, cierto día, desapareció sin dejar rastro. Posiblemente cayera en un duelo con algún hombre despechado. O en la horca, que tanta presencia tenía en sus versos.

Un caso contradictorio fue el de El Lute, que sembró el miedo y la admiración por las campiñas y bosques de la Península, debido a la propaganda, políticamente interesada, informativamente, tendenciosa y al servicio de un Régimen que necesitaba de carnaza. En cuanto tuvo ocasión, demostró ser un hombre cabal y respetable.

Para criminales de verdad, decir que en España tuvimos nuestro propio ‘destripador’. Un asesino que tenía aterrorizado al mundo rural. Se le conocía por el ‘sacamantecas’ o el ‘sacauntos’, que evisceraba a las pobres mujeres que tenían la mala suerte de encontrarse con él. Su nombre era Garallo y su historia está en el libro de Tomás Salvador y en la correspondiente película de Pedro Lazaga.

Como de aquella no había lo del ‘Sí es sí’ el asesino fue conducido, a través de abruptos caminos de León y Palencia, custodiado por dos guardias civiles, desde Murias de Paredes a Vitoria, adonde el juez lo había requerido.

Hoy, con una Guardia Civil desautorizada, un ministro lamentable, una directora como Gámez y una justicia politizada, Garallo estaría en la calle.
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