07/04/2024
 Actualizado a 07/04/2024
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Cuando oigo la palabra tesoro no me viene a la cabeza nada grande ni brillante. Imagino pequeñas cosas formando un todo, como la caja que mi madre guardaba en el cajón cimero de la cómoda. En ella había un botón de nácar redondo como una perla un poco desconchada, que nunca supimos qué prenda adornó en un mundo de mantones y tabardos. También había una peineta tan negra como el carbón del que vivíamos, algo bueno porque ponerse tan oscura demostraba que era de plata, nos dijo. Completaban el tesoro un rosario con cuentas de palo de rosa que olía a gloria, otro de bolitas azabache y un crucifijo de ébano. Distintos credos llegados del otro lado de los mares en los escasos viajes de mi tío el misionero, alojados con estampas de vírgenes autóctonas, aunque ella pertenecía por completo a su Virgen de La Velilla, tan cercana que casi sombreaba el pueblo. Mi madre tenía el mundo en el cajón cimero de la cómoda, guardado en una caja de hojalata. Me pregunto, si las campanas hubiesen tocado a rebato, qué hubiera salvado de la nada que teníamos. Posiblemente fuese esa caja con objetos sin más valor que la historia que cada uno escondía dentro. 

Estos días, las campanas de la Montaña Oriental Leonesa han tocado a rebato anunciando que nuestra comarca está a punto de perder un tesoro. Uno de esos que se van formando con objetos sueltos, con historias y fotografías de distinto origen, pero en la misma tierra. Con textos que hablan de presentes y de pasados oscurecidos por la pátina del tiempo que, al recordarlos, brillan como la peineta de plata de mi madre. Tenemos en peligro una joya engarzada con cariño, saber y tiempo, que lleva elaborándose a fuego lento desde el año 2001, cuando quince personas, sin más motivo que el amor a su tierra formaron la Revista Comarcal Montaña de Riaño y desde entonces, han sembrado cultura entre sus páginas. Qué tristeza, encontrar en su último número una llamada de auxilio para seguir existiendo. En un texto conmovedor dejan en manos de sus lectores que esta joya continúe existiendo. De nosotros dependerá que el número 85 vea la luz en el mes de julio. 

Ahora que ya somos de todas las plataformas virtuales para ver la última temporada de la última serie, el mismo día del estreno, a ser posible, podríamos sentarnos un momento los que tanto presumimos de querer a nuestro terruño. Y ya en modo pause, ponernos en contacto con la Revista Comarcal Montaña de Riaño y abonarnos ipso facto a este tesoro histórico «mantenido solo por los abonados» que, sin la rapidez de la fibra óptica, puede recibirse en nuestra casa. Y ya, con la revista entre las manos, escarbar en la riqueza cultural y la historia de la montaña Oriental leonesa, atesorada durante más de dos décadas. Ahí están, como en la lata de mi madre, pasado y presente unidos. Trabajos de campo con testimonios reales de paisanos sencillos junto a datos sacados de los archivos leoneses. Filósofos, lingüistas, poetas o escritores tallando historias de nuestra montaña, sus costumbres, paisajes, flora, fauna, etnografía y tradiciones. Todo está ahí y renace cada tres meses entre dos fotografías magistrales: una en color, nos recibe siendo portada y otra en blanco y negro cierra las páginas por las que corren ciervos y cantares viejos. Páginas oliendo a puchero con recetas ancestrales, ganado o a lana recién esquilada. Letras de oro de autores que no tengo espacio para nombrar a tantos, pero son de sobra conocidos, llegados desde Pedrosa del Rey, Boca de Huérgano o Tejerina. Hasta podría escaparse página abajo el rebaño de Las Salas y juntarse con las de Prioro, donde un poeta suele dejar huella y el cancionero popular no encuentra rival. Articulistas, poetas, montaje de la revista, maquetando... demasiado trabajo para los que ya se sienten cansados. 

Ya nos lo contó Fulgencio en este periódico. Entró en abril a campanada limpia, tocando a rebato, llamándonos a concejo y avisando de que la Revista Comarcal Montaña de Riaño necesita ayuda. Como hija de la tierrina, entristece la noticia. Como mujer, me ha llegado de forma especial un quejido de los muchos que esconde la última página de la revista «Hemos pedido a gritos colaboración femenina. Pero quizás gritamos poco, o no se nos oye.» Es lo que tienen los valles, amigos. Es lo que tienen los montes. Que se nos oye poco porque las voces rebotan contra las peñas de Peñacorada y las de la cornisa Cantábrica, convirtiéndolas en ecos.

Por mi parte, queda dicho y gritado. Tenemos un tesoro en el cajón cimero de la cómoda. En la de todos. En él se esconde nuestra historia y es cuestión de todos que se mantenga vivo. Sería imperdonable permitir que desaparezca. Hay que darse prisa, contactar con ellos y abonarnos a esa revista por la que corren corzos, etnografía, cultura y tradiciones. En la que duerme la Vieja el Monte, nace la miel bajo los robles y los ríos, tantos y tan pequeños que apenas merecen nombre, bajan dócilmente las pendientes hasta el abrazo en Riaño. 

 

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