Imagen Juan María García Campal

De una omnipotencia

31/01/2024
 Actualizado a 31/01/2024
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Iba yo a hablarle hoy, lector, de «algo más que un fantasma que recorre España”», mas como tituló Martín Vigil ‘La vida sale al encuentro’ y aquí me tiene, dándole capotazo al toro patrio y presto a contarle –usted me disculpará– uno de esos encuentros con la vida, súbito hecho proustiano y abuelístico.

Y todo porque el pasado sábado, por ganoso, sufrí la pérdida de esa omnipotencia que, por fortuna, nos es dada a los abuelos, al menos, en los primeros años de ejercicio y disfrute del primer nieto y, supongo, también de los sucesivos.

Por no querer que le cortasen el pelo, lloraba inconsolable mi Guillén del alma en brazos de su paciente padre, de forma y manera que, al verme llegar a la peluquería, se abalanzó hacia mis brazos como náufrago a salvavidas, así como pidiendo estrujón y rápida huida callejera. Mas como en tales circunstancias, donde hay padres tocan amenes y no nones, me limité a intentar mermarle hierro al pendiente lance a través de la admiración de las varias y geniales sillas pirulísticas y lopeveguianas. ¡Fracaso total! Lagrimado y profesional fue cumplido el trance mientras yo sentía mermar, llanto a lloro, tijeretada a tijeretazo, la omnipotencia de mi abuelez y reparaba en que esto de la omnipotencia me viene de la abuela, abuelita, Evelia, que, por suerte, conocí y disfruté por más de veinte años. Y no porque ella diese satisfacción a todos mis antojos, sino porque, de no hacerlo, con sorprendente arte retórico conseguía persuadirme y, con deleite, abandonar la caprichosa pretensión sin merma en mi habitual contento. ¡Ay abuelita!

Mas, por azar, en la trasteada mañana del lunes, de repente, el ruido sostenido de un motocultor –¡ah feliz melodía!– me restituyó esa humana omnipotencia que, pienso y repito, se goza (y sufre) en la abuelez cuando, estando saludando a la giganta (La Negrilla), dos jardineros (masculino genérico) que laboraban al mediodía en el jardín que circunda la fuente de la umbilical plaza de Santo Domingo, se pusieron a roturar los parterres que, plantados, pronto florecerán. ¡Ah ruido, ya música! ¡Ay susto! ¡Ay abrazo de amparo! ¡Ah redonda abuelez! ¡Ah tornada omnipotencia! ¡Ay estos encuentros con la vida y con la…! 

Y así, no estoy escribiéndole ahora, paciente lector, en mi mesa, sino sentado en un mirador vetusto, cavilando sobre la vida, sus suertes y sus reveses y soy a la vez –(ya ves, abuelita)– tú y aquel yo y este y mi hija y mi nieto y mis padres y mis hermanos y… Y una inmensa gratitud a la Vida. 

Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud!

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