14/12/2025
 Actualizado a 14/12/2025
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Estos días en los que las lluvias erosionan los terrenos destruidos por los fuegos del verano, me acuerdo de ‘O que arde’. Sin desmerecer ‘Sirat’, que me parece un peliculón -por muy nerviosa que le ponga a alguna gente que no la termina de comprender-, el tercer largometraje de Oliver Laxe es un filme abrumador por su intensidad y belleza. También por su espectacularidad. Las escenas del incendio y de los bomberos forestales luchando contra él son del nivel de una superproducción de Hollywood.

Porque el fuego, se quiera o no, es un espectáculo fascinante. A pesar de la destrucción que acarrea, resulta imposible retirar la mirada de las llamas. Pasó con el vídeo del fuego en Palacios de Jamuz, que circuló hace unos meses de móvil en móvil, hasta llegar a los informativos televisivos -reconvertidos hoy en repositorios audiovisuales de redes sociales-. 

Pasó también, en otro sentido, con los turistas del morbo que florecieron tras el desastre, merodeando entre casas y bosques calcinados para apreciar «la dimensión de la tragedia».

Sólo una persona con la sensibilidad de Laxe puede abordar un horror así sin entrar en la habitual rueda de depuración de responsabilidades, interés malsano y rabia irracional con la que se suelen tratar estos asuntos que queman. Redención, anhelo, frustración y otras muchas variables pueblan el metraje de ‘O que arde’, saturada de la belleza de una tierra hermana, la vertiente gallega de los Ancares. A uno y otro lado de la montaña saben bien lo que significa sufrir la calcinación de toda esperanza.

Oliver es también un personaje en sí mismo. Una vez le vi en una obra de Angélica Liddell, que le sacaba desnudo y que magreaba su cuerpazo, para luego hacer otras cosas en escena que no pondré en palabras. En los días de promoción de ‘Sirat’ le hemos visto con su melena sedosa y su hablar calmado, haciendo múltiples reflexiones de cómo va el planeta. 

Resulta difícil no acabar un poco embobado mientras le escuchas formular ideas. No es sólo su belleza física, igualmente abrumadora, sino el tono mesiánico amable y calmado. Lejos de llamar a la confrontación contra este mundo horrible, parece invitarnos a reconciliarnos con él. 

Por eso es un placer encontrárselo en ‘Aro Berria’, la película de Irati Gorostidi Agirretxe sobre una comuna tántrica en la Navarra de los años 80, estrenada este fin de semana. En ella interpreta a un gurú que bendice a los acólitos, les cambia el nombre y les explica que la eyaculación es malísima. Imposible que te caiga mal.
 

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