¿Hay alguna relación más divertida, festiva y entrañable que la que hay entre primos? No lo creo, y tanto es así que se la deseo a todo ser humano al que quiero bien y (para ser un poco más explícito) deseo con todas mis fuerzas que carezca de ella todo aquel al que detesto.
Los hermanos son una cosa bíblica y los amigos una bendición, pero ambos vínculos generan ciertos peajes que entre los primos no suelen tenerse. Por eso hay mucho hito vital que se inicia acompañado de primos y también mucho nuevo paso que se da gracias a que los primos le descubren el mundo a uno como nadie. Lugares, sabores, sonidos, imágenes.
Estas relaciones imprescindibles podrían considerarse en riesgo de supervivencia por la muy habitual situación familiar contemporánea de tantos adultos hijos únicos o con hermanos sin descendencia, la cual frustra la existencia de nuevos primos (hermanos/carnales) en muchas familias.
Pero que no salten las alarmas, que ya están ahí los primos antiguos para solucionar la papeleta y perpetuar la primada a través de unos vástagos que serán primos segundos. Porque los primos segundos son los nuevos primos. O las nuevas primas cuando suceden dos niñas a los que fueron niños primos.
A ellas les tocará descubrir rincones ocultos de las casas familiares, asustar a sus padres con la ausencia momentánea y enfurecerlos revolcándose juntas en el barro e ir con la bicicleta donde todavía nadie estuvo siendo peque. Luego corresponderá enseñarse las prendas que todavía signifiquen algo (igualar la relevancia de las Dr. Martens supondrá un desafío), las músicas más impactantes (lo propio con el hard tecno de Dylan Drazen supondrá otro) e iniciarse en lo prohibido. Mucho más adelante se darán consejo del calibre de animar a buscar descendencia o de no alejarse de ella para mejorarle el estatus. Y por supuesto también pasarán momentos duros juntas y guardarán secretos como nadie, las nuevas primas. Que la vida las lleve de la mano.