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Novedad y mudanza en el lenguaje

José Luis Gavilanes Laso
21/01/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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El lenguaje no es un bien inalterable por estar sometido a una creación e innovación constantes. Lo vemos cada día con la aparición de neologismos, préstamos de otras lenguas y expresiones que acaban ingresando, con mayor o menor demora, en el baúl del diccionario, oficializándose tras el reconocimiento de la RAE. Recientemente se han incorporado, entre otros vocablos: «aporofobia», «postureo», «posverdad», «clicar», «tui», «apartotel», «culamen», «palabro», etc. La lengua, como creación humana, no nos es nunca enteramente suficiente para expresarnos en cada caso particular y ante nuevas circunstancias y avances de la técnica. Sincrónicamente, nuestras intuiciones (el contenido cognoscitivo al que tenemos que dar forma en el lenguaje), no son nunca idénticas a otras anteriores. En otros casos, el sentimiento es tan profundo o tan místico que no encontramos palabra para nombrarlo, a no ser la de «inefable». Desde el punto de vista diacrónico, el lenguaje no es del todo mecánico sometido al determinismo de unas inmutables leyes fonéticas que, según los neogramáticos, operaban sin excepciones desde el latín a las lenguas romances. El resultado lingüístico es muchas veces un «resultado metafórico», un conocimiento mediante «imágenes». Cuando decimos que fulano es «un alma de Dios» nos topamos frente a intentos de clasificar la realidad ya no mediante categorías «lógicas», sino mediante imágenes. No desde un punto de vista estrictamente formal, entre vocablos, sino poéticamente, entre visiones, que deben haber surgido en cierto momento particular, de la fantasía creadora de alguien, desconociendo su creador, como los chistes. Un anónimo en sumerio-acadio se le ocurrió un día llamar «luminosa barca de los cielos» al creciente lunar. Nos encontramos, pues, frente a lo que, en un sentido muy amplio, llamamos «metáfora», entendida no como «comparación abreviada», sino como expresión espontánea e inmediata, es decir, sin ningún «como» intermedio.

¿Cuáles son las razones de la creación metafórica en el lenguaje? O mejor: ¿pueden investigarse las razones íntimas de la creación lingüística? Evidentemente, no. No se pueden dar las razones de los movimientos caprichosos e insospechables de la fantasía humana creadora. Lo que si se puede indicar son las razones de la mayor o menor aceptabilidad de una invención en una comunidad determinada. Entre estas razones destacaría dos: cuando la lengua exige la sustitución de un signo para eludir resultados no deseados, o porque se ha vuelto totalmente inexpresivo. Así, por ejemplo, respecto a lo primero, según las leyes fonéticas que rigen el paso del latín vulgar al castellano, la (ĕ) breve tónica latina normalmente evolucionó al castellano en el diptongo (ie) (těrra>tierra, pětra>piedra, mětu>miedo, sěpte>siete, etc.). De igual modo debería de producirse en Emĕrita, nombre de la ciudad romana extremeña de Emĕrita Augusta, donde la (E-) átona inicial y la (-i-) postónica intermedia desaparecen por su debilidad fonética, y la consonante intervocálica oclusiva dental sorda (-t-) se sonoriza en (-d-). Pero en el caso de la (ĕ) breve tónica no evolucionó a la previsible diptongación en (ie), porque el resultado sería: «Mierda», que no es un resultado deseable, con lo cual se produce una vulnerabilidad voluntaria de la ley fonética, dando como resultado apetecible Mérida. En segundo lugar, cuando el resultado se ha vuelto inexpresivo, tenemos el caso del latín «apis», «apicula» (esp. «abeja» y el cultismo «apicultura») en los dialectos franceses. Según la evolución fonética general de la lengua gala, el «apis» se habría reducido a una sola vocal carente de expresividad «e», por ello el nombre del insecto se sustituyó por «mouche-à-mel» (mosca de miel), y con posterioridad «abeille». Los ejemplos se podían multiplicar. En cualquier caso se pone de manifiesto que hay factores creativos en la vida del lenguaje. Y es que en todas las lenguas funciona la fuerza creadora del espíritu que actúa contra el determinismo del sonido cuando ciertas palabras son físicamente débiles, insuficientes o intolerables, motivo de sustitución por otras u obligadas a desaparecer por homonimia.

Otra razón que determina sustituciones de signos y que, por consiguiente, facilita la difusión de las creaciones, metafóricas o no, es el llamado «tabú lingüístico», es decir, el fenómeno onomasiológico por el cual ciertas palabras relacionadas con supersticiones y creencias se evitan y se sustituyen por préstamos, eufemismos, circunlocuciones, metáforas, antífrasis, etc. Entre otras nociones más generalmente sujetas a tabú lingüístico hay toda una serie de animales (oso, lobo, serpiente, ratón, zorro, sapo, comadreja, liebre, abeja); luego ciertas partes del cuerpo, como la mano, particularmente la mano «izquierda» (palabra de origen prerromano hispano-pirenaica sustituta de la latina «sinistra», que de simple significación de mano contraria a «diestra», arrastró el significado ya adquirido metafóricamente de «torpe», «malvado», «funesto», «enemigo», debido al mal agüero de la aparición de las aves por ese lado); luego ciertos fenómenos como el fuego, el sol y la luna; las enfermedades y los defectos físicos; la muerte; los dioses y los diablos. Se considera que nombrar una cosa con el término que le corresponde propiamente puede resultar peligroso, porque el nombrar la cosa trae consigo la cosa misma (el conocido dicho latino «lupus in fabula» significa justamente esto: al nombrar al lobo, el lobo aparece). En estos casos hay que nombrar sin nombrar propiamente, valga la paradoja. Repárese la locución análoga en: «hablando del rey de Roma, por la puerta asoma».

Entre los animales quizá el ejemplo más curioso y significativo sea el de la comadreja, estudiado en profundidad por Ramón Menéndez Pidal (‘Orígenes del español’, pp-396-405). El respectivo término propio latino «mustela» ha desaparecido de la mayoría de los dialectos romances, o se encuentra sólo esporádicamente en zonas muy limitadas (leon. «mostolilla», gall. «mustela»). Si ya de por sí comadreja es un derivado de «madre», nombre familiar apreciativo, ha sido metaforizado por otras denominaciones populares, pues este animalillo feroz, gracioso y dañino a la vez, sugiere representaciones lingüísticas varias y recibe nombres expresivos, sean descriptivos, sean humorísticos, ya halagüeños o eufemísticos, ya propiciatorios a modo de conjuro contra sus fechorías, o porque se la considera portadora de poderes sobrenaturales. Existe una creencia falsa extendida en la región leonesa de que su mordedura es venenosa o que si se mata ocurrirá una desgracia familiar. En suma, se da en la comadreja toda una serie de sustitutos diminutivos y cariñosos que revelan el deseo de los habitantes de granjearse su simpatía. Es, por tanto, «hermosa», «bonita», o una «dama», «señorita» o «esposita» (fr. «belette», ital. «donnola», port. «doninha», leon. «donosilla», gall. «donociña«, astur. «donecilla»). Es también una «dama bella» o «señora de las paredes», o «la que tiene color de pan y queso» (navarro-aragonés «paniquesa»). Incluso para lenguas no derivadas del latín, como el vascuence, la comadreja es: «pan y queso» («ogigazta»), «señora de ratones» («satandera») o «señora guapa» («andereder»). Este fenómeno es interidiomático, puesto que se encuentra también en otros idiomas de Europa no románicos: para ciertos dialectos alemanes es una «joven señorita» («Jüngferchen») o «alimaña hermosa» («Schöntierlein»); para los húngaros una «damita» o «esposita» («menyét»); en rumano «joven esposa» («nevăstuică»); en inglés un «hada» («fairy»). Para los daneses, eslavos y griegos es una «joven novia», una «cuñada» para los albaneses y una «niña bonita» para los suecos.
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