Es la entrada del otoño. La vieja ciudad austera y provinciana se dispone a celebrar sus ancestrales fiestas. Las cofradías, cada cual adscrita a un santo o a una virgen venerables, se engalanan. La Junta de los Seis lo tiene dispuesto todo. Las bandas de cornetas y tambores, que han estado ensayando todo el año, dispuestas están a preceder a los fieles que recorrerán las calles, siguiendo al ‘paso’, acuden a la cita de uniforme. Niños con tamboriles al cinto; muchachas con pendones; mozos con cornetas relucientes, mujeres con peinetas; y los monaguillos; y el sacerdote. Todo dispuesto en la mañana virgen, delante de la puerta principal de la parroquia por lo que aparece, sobre sus andas, la Virgen de las Angustias y la Soledad, con residencia en la postinera parroquia de Santa Nonia.
Pero, el milagro se produce. Y la banda de cornetas y tambores arranca su matraca al ritmo del ‘Moliendo café’ esa canción llamera, melosa y suave, que canta las penas del negro Manuel en el cafetal: «Estoy moliendo mi café toda la tarde. Y en la quietud de los cafetales se vuelve a sentir, esa triste canción de la vieja molienda, que en el letargo de la noche se vuelve a sentir… Y una pena de amor, y una tristeza, siente el negro Manuel en su amargura… Y yo me paso la noche entera moliendo café». ¡Eso no se hace! Un respeto. Disuelta la banda por orden de la autoridad. La junta de los Seises no lo ha podido soportar. Se acabó lo que se daba. Un respeto. Aquí estamos para rendirle homenaje a la Virgen de Las Angustias y la Soledad. Herejes.
Y no es que la Junta, como tal, haya leído a la chilena Diamela Elit, que sostiene que «la madre, como tal, ha muerto». Ya saben, eso de que ahora, para ser madre no hace falta ni tener, parir, a sus propios hijos. Aquello del «hijo de dos madres» se ha hecho efectivo en las mentes de las generaciones. No va por ahí. La Junta de los Seis, en la ciudad austera y provinciana, no aceptan músicas llaneras donde, toda la vida de Dios, se han escuchado tambores y cornetas rompiendo la mañana de otoño. Tal vez ni siquiera conocen la más bella canción dedicada a ‘las madres’ esa de José Palacios que tan bien interpreta el Coro de Lujo, y cuyo estribillo reza: «Que una madre no se cansa de esperar» y que comienza: «Otra vez he vuelto, madre, a recordar…».
En la entrada del otoño, la vieja ciudad austera, con sus angustias y su soledad a cuestas…

Moliendo café
10/10/2022
Actualizado a
10/10/2022
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