Estoy en un grupo de whatsapp en el que no hay nadie más. Intuyo sus antiguos componentes, el nombre que le pusimos y el contenido que metimos ahí, pero tampoco estoy muy seguro. El caso es que desde hace tiempo lo ocupo únicamente yo, que me mando mis movidas, recordatorios, enlaces y cosas para ver más tarde. Ahí apunto ideas para esta columna de ustedes, más otras historias que no van a ningún lado.
A veces, incluso, converso conmigo mismo. Escribo algo y me respondo. Hago comentarios hirientes, me aplaudo o encadeno emojis. Es la versión posmoderna de la gente que va hablando sola por la calle, sólo que con la diferencia de que nadie se te cambia de acera ni se dan codazos entre ellos cuando te ven.
Podría soltar una chapa sobre salud mental, que es un tema calentito de estos tiempos, pero cero dramas –siempre ‘smile’– con esto. Casi todo el mundo hace lo mismo con el móvil, ya sea para apuntar dónde dejó aparcado el coche o para dejar pantallazos de conversaciones picaronas.
Además, chatear con uno mismo es mucho más interesante y productivo que hacerlo con la inteligencia artificial GPT. Algo terriblemente frustrante esto último. No tanto por la incompetencia de la máquina en resolver las más sencillas tareas (escríbeme esto, relléname este formulario, corrígeme esta otra movida, escríbeme un soneto comparando a Gandhi con este sinvergüenza), sino por su limitadísima capacidad para la interacción. Te pones romántico y no hay manera. Subes el tono de la conversación hasta aspectos más carnales y se bloquea entre avisos de contenido inapropiado. Y cuando intentas provocarle una sobrecarga del sistema con pruebas malintencionadas, el programa te sale por peteneras y te mete unas chapas benevolentes sobre el respeto, la tolerancia y la armonía. Si alguna vez consigues ponerla en problemas, el esfuerzo nunca termina de valer la pena, porque a la siguiente pregunta vuelve a responderte de forma educada, como si nada hubiese pasado. Un coñazo absoluto.
En cualquier caso, todo forma parte de la misma soledad en la que andamos el mundo entero. Conectados 24/7 con el universo, pero teniendo que recurrir a un amasijo de chips, ‘prompts’ y ondas de radio para encontrar alguien que nos escuche. Incapaces de aguantarnos a nosotros mismos ni siquiera un ratito, sin saber qué hacer ni qué decir cuando nos quedamos a solas con la única persona que nunca nos abandonará y a la que menos esfuerzos dedicamos por conocer.

Mi soledad y yo
26/03/2023
Actualizado a
26/03/2023
Comentarios
Guardar
Lo más leído