Estaba repasando el Quijote buscando algo de sosiego para estos días convulsos cuando, en la primera página, encuentro «duelos y quebrantos». Uno de los guisos que el sábado le servían al Caballero. Pero, apartándome de la cocina, derivé a la contienda sobre si son molinos o políticos haciendo aspavientos.
Duelos para un gobierno perplejo que sufre porque no comprende en qué puede haber fallado. Una pista es haber gobernado a tontas y a locas; lanzando leyes como dardos hirientes al margen del Parlamento, de la Justicia y del pueblo que esperaba justicia. Aunque desde el principio se veía el fraude.
Si se trataba de mantenerse en el poder, lo ha conseguido, pero no anduvo fino a la hora de buscar apoyos para sobrevivir. Ha sido un escollo donde se ha estrellado (incluso ahora nos ha clavado a los etarras como gente de bien). En cualquier país, por birria que sea, es inconcebible que una parte del gobierno haga de oposición a la otra parte, como hemos visto demasiadas veces.
Un espectáculo innecesario –después de casi 90 años– su obsesión ha sido enfermiza con la dictadura. Pero si tanto le interesaba la memoria histórica, podría haber empezado por las más recientes: las víctimas del terrorismo vasco, que aún sienten el dolor y el oprobio del olvido. Incluso de algunos socialistas destacados. Pero es evidente que el Sanchismo poco o nada tiene que ver con el Socialismo, siendo una rama perversa de aquel que conocimos.
Las leyes que ha promulgado me recordaban al régimen de Pol Pot y sus experimentos para modificar la sociedad. El menoscabo de las instituciones y el chorreo de decretos-leyes es lo más cerca que hemos estado de una dictadura, mantenida por unos parlamentarios, magistrados y fiscales vejados, manipulados y acomplejados: medidas para llevar al límite al País o poner a prueba a los españoles: «¿Hasta dónde aguantarán?» Hasta hoy, es la respuesta.
Quebrantos, para los irritantes de Podemos y sus agrupaciones desbaratadas. La buena noticia es que ahora dispondrán de tiempo para completar la formación que les falta. La mala, que seguirán moviéndose por las dictaduras bolivarianas, como el ‘holandés errante’. Pero pronto será agua pasada y digna de olvidar.
Mas lo prometido es deuda y, como decía al principio, mi intención era recordar a mi amigo concejal. Como tales íbamos cada semana al monte; tomábamos vinos por El Húmedo nos repartíamos las novias y envueltos de misterio, celebrábamos debates y encendidas tertulias políticas en la penumbra de los pubs, con un gin-tonic en la mano.
Una vez electo concejal, noté que me esquivaba; cuando nos cruzábamos por la calle, se hacía el tonto y miraba al suelo … No entendía y me preguntaba si le debería algo.
Pensando, pensando, hasta que, en una ocasión, desviando la mirada como si viera al diablo, lo agarré por la pechera y le pregunté de qué iba. Mientras balbuceaba le vine a decir: «Oye chaval, no me tengas miedo, que no te voy a pedir que coloques a nigún cuñao ni a nadie de mi familia, pues todos los tengo colocados y no necesito nada de ti. Ni lo quiero. ¡Que me olvides de una p…uñetera vez!»
La moraleja es que ciertos individuos, cuando destacan sobre los demás con un cargo no necesariamente importante, se endiosan, olvidan su procedencia y la responsabilidad para la que han sido nombrados. Resulta que para algunos la política es como una purga que saca a relucir lo peor de cada cual.

Mi amigo el concejal
31/05/2023
Actualizado a
31/05/2023
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