Angel Suárez 2024

Margarita y el Cáliz

10/01/2016
 Actualizado a 11/09/2019
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Es posible que Margarita Torres haya protagonizado actuaciones criticables antes o después de hacerse cargo de la Concejalía de Cultura, Patrimonio y Turismo, pero desde luego una de ellas no es la de haber escrito, junto con José Miguel Ortega, un libro en el que defiende la tesis de que el Cáliz de Doña Urraca es el verdadero Santo Grial, y este es, sin embargo, el trabajo por el que más reproches ha recibido por parte de sus paisanos. El libro, en resumen, se limita a hacer público el descubrimiento de un pergamino por Gustavo Turienzo Veiga que acredita que la copa que la reina Urraca hizo engarzar en la más rica orfebrería fue enviada a León como el Santo Grial, y que se trataba de la misma copa que los cristianos de Jerusalén habían conservado y venerado como tal hasta el siglo XI.

Una parte de las críticas proviene de ese fenómeno tan leonés que consiste en mirar con escepticismo y desprecio todo hallazgo relacionado con nuestra tierra. Estaríamos dispuestos a aceptar que el auténtico Cáliz de Cristo apareciese en Glastonbury, pero eso de que esté al lado del Bar La Ribera nos suena a chufla, y los leoneses no somos propensos al chovinismo de otras provincias, dispuestas a creer ciegamente en todo lo que contribuya a darles esplendor y defenderlo a capa y espada. Entre nuestros juegos populares más queridos está la rana, el bolo, el billar romano, la tarusa y las mazas, pero sobretodo el lanzamiento de piedras contra el propio tejado, en el que tenemos verdaderos campeones mundiales.

A otros el asunto les provoca tal nerviosismo, tanta indignación y cólera, echan tales espumarajos por la boca, que uno tiende a pensar que el cáliz isidoriano no sólo es verdaderamente el Santo Grial, sino que además conserva intactas aquellas propiedades exorcizadoras que le atribuía la literatura medieval.

Quizá el error de Margarita Torres haya estado en abordar el asunto desde un punto de vista científico. De ello se derivan automáticamente dos efectos: que nadie lea el libro, por un lado, y que todo el mundo se considere autorizado para criticarlo, por otro. Si en lugar de ello hubiera escrito una trama ficticia de conspiraciones eclesiásticas alrededor de la copa, plagada de aberraciones históricas, con algún pasaje de erotismo escabroso y final sangriento en el Museo de San Isidoro, a estas alturas tendríamos película de Tom Hanks y un buen número de fans totalmente convencidos de la realidad del pastel y de su siniestra ocultación secular por la Iglesia Católica. Qué le vamos a hacer.
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