Habla Javier Cercas en El loco de Dios en el fin del mundo sobre las llamadas alevosas del papa Francisco, de la afición del pontífice recientemente fallecido de colmar las esperanzas de los desvalidos con telefonazos que equivalen a como si te llamase el mismo Dios. Bergoglio es de los míos, reconozco que en los tiempos de fatigar las falanges tecleando sobre una pantalla prefiero el ejercicio reparador de hablar por teléfono. Soy un poco boomer.
Sé que para algunos una llamada inesperada puede vulnerar su intimidad y su espacio vital, pero a un servidor el contacto personal le reconstituye el alma y le calma la conciencia. Precisamente en los últimos compases de la actualidad hemos presenciado cómo unas filtraciones del uso compulsivo de las redes sociales inflamaron la conciencia de los damnificados. Primero fue Pedro Sánchez y José Luis Ábalos con sus rajadas ministeriales en las que hicieron un traje a cada ministro (Quevedo se removió en su tumba por citarle banalmente en uno de esos escritos escacharrados y recordó el pesar por el que pasó cuando estuvo preso en San Marcos). Ahora ha sido un concejal de UPL, César de la Mata, cuyo corrector las mata callando y provocó que en lugar de “alas” escribiera “balas”; no se había tomado un Red Bull. Las armas las carga el diablo, y las redes sociales también, con unas balas que matan tu reputación.
Seguimos creyendo que las nuevas plataformas son un juguete y las usamos para comunicar desde temas banales en privado como que hay que comprar yogures a arreglar España en el sentido literal; hoy la transición se habría fraguado a golpe de WhatsApp en un grupo llamado ‘Transición’, Santiago Carrillo habría sido ese amigo al que la cuadrilla lleva tiempo sin ver, pero Adolfo Suárez, el conector del grupo, ruega que la comida de reencuentro no sería lo mismo sin él. Alucino día a día con los mensajes que ponen en las redes sociales determinados dirigentes. Me inquietó ver cómo el presidente del Gobierno y su mano derecha hablaban de temas trascendentales vía WhatsApp.
Seamos adultos, por favor.