08/01/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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Afirmaba Thoreau que todo lo bueno es libre y salvaje. Caminar por la naturaleza quizá sea ya nuestra única forma de ser libres y salvajes. Caminar en invierno agudiza todavía más estos sentimientos: «En la profundidad del bosque, completamente solos, mientras el viento sacude la nieve de los árboles y dejamos atrás los últimos rastros humanos, nuestras reflexiones adquieren una riqueza y variedad muy superiores a las que ostentan cuando estamos inmersos en la vida de las ciudades. El zorzal y el trepador son una compañía más estimulante que la de políticos y filósofos». Whitman nos revela también que caminar es la mejor forma de rechazar una civilización corrupta, contaminada, alienante y miserable. Caminar es una acción política, ética y estética, de gran transcendencia social.

Caminar, además, nos restablece la felicidad de vivir. David Le Breton en su Elogio del Caminar lo expresa con palabras certeras: «Caminar nos sumerge en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad plena. Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos, nos permite recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. El caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo». Al caminar descubrimos la esencia de ese Homo Viator (hombre que camina) que todos llevamos dentro. A pie, caminando, medimos con nuestras piernas la inmensidad de las tierras. Cuando caminamos, cuando de verdad caminamos, nos sentimos plenamente vivos.

Caminar es mucho más que pasear, más aún en invierno. Como afirmaba Schelle: «Pasear es un entretenimiento distinguido, burgués, ocioso, elegante…; caminar es más bien algo instintivo, natural, salvaje. Pasear es un rito civil, y caminar es un acto animal. Pasear es algo social, y caminar es selvático. Caminar está decisivamente relacionado con la independencia y con la libertad». Caminar redibuja la semblanza humana previa a la domesticación de la cultura, la educación y el trabajo forzado. Caminar es una forma de reírse de la modernidad, es la gran forma de atajar el ritmo desenfrenado que nos obliga a rodar o volar.

Pero sobre todo caminar es una forma de bienpensar. Nietzsche nos previene de los errores del hombre sedentario: «Hay que sentarse lo menos posible: no creer en ningún pensamiento que no haya surgido caminando, en ningún pensamiento en cuya génesis no intervengan alegremente también los músculos. Todos los prejuicios proceden de los intestinos». Libre y salvaje me siento este invierno cuando camino por inmensidad del Alto Bierzo.
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