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León, tapas y trapas

24/03/2024
 Actualizado a 24/03/2024
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Salvajes salíamos del Pasaje después de haber visto 'Karate Kid', dándonos de hostias entre nosotros, repartiéndonos patadas y puñetazos, sin haber pisado nunca un tatami ni siquiera haberlo pretendido, sin más conocimientos de artes marciales más allá de lo que acabábamos de ver en la pantalla del cine. Ninguno queríamos tener precisamente ni la paciencia ni la sabiduría del Señor Miyagui cazando moscas con palillos, sino la valentía de Daniel Sam haciendo la grulla, con una pierna rota pero la chica guapa mirándole, dando nuestra particular patada final a los árboles de la Candamia o las papeleras de La Granja. Poco después, unas primas de mi vecino me llevaron al Abella a ver ‘Pretty woman’. Supongo que era demasiado pequeño para entenderla. En vano busqué las piernas de Julia Roberts en las sombras que se movían bajo los árboles cada vez que pasaba por Papalaguinda. De ‘Terminator 2’, que se me hizo larga pese a su intensidad sólo por lo incómodas que resultaban las butacas del Emperador, me he acordado últimamente muchas veces, cuando alguien alerta de los peligros de la inteligencia artificial, y pienso siempre en que si Skynet tomase hoy el control, si es que no lo ha tomado ya, seguro que saldrían infinidad de Sarah Connor dando la chapa en las redes y repitiendo «ya os lo había dicho yo». En el Condado, en el cumpleaños de un compañero de clase, vimos los ‘Cazafantasmas’ y salimos después a buscar espectros y entes amorfos por las calles, pero entonces no sabíamos que los verdaderos fantasmas, en esta ciudad, solían ir en un Opel Kadett GSI. Llegaron los multicines, el Lemy derivó en Kubrick y, cuando fuimos a ver ‘Historias del Kronen’, sólo quedaba sitio en la primera fila, lo que nos parecía un drama hasta que Juventino matizó: «¡Buah! Desde aquí olemos hasta el humo de los porros». 

Todos tenemos el recuerdo de dónde vimos una determinada película y, a menudo, ese recuerdo es mucho más nítido que el de la propia película. Sobre esos recuerdos paseamos en la noche del pasado jueves, gracias a una iniciativa de FEE, recorriendo los esqueletos de los cines que ya no existen pero forman parte de la memoria colectiva de esta ciudad, ventanas al mundo exterior que fueron las únicas para muchas generaciones de leoneses, deslumbrados por los neones o los carteles que les permitían soñar con otras vidas, sentirse jichos o vedettes por una tarde, recorrer los desiertos de Arizona, esquivar las flechas de los indios, lanzarse al abordaje de galeones o buscar el Santo Grial antes de que nos contaran que aquí tenemos toda la vajilla de la Última Cena.

Andrés Martínez Trapiello contó que su padre y Alfredo Marcos Oteruelo hicieron la crónica de la última sesión del cine Alfageme, que las entradas se podían sacar con días de antelación en Contaduría y que en la fachada de la iglesia de San Martín ponían un cartel con la calificación de cada película, que no dejaba demasiado lugar a dudas: ‘El último cuplé’, de Sara Montiel, era «gravemente peligrosa», con letras moradas por si no quedaba claro. Joaquín Revuelta recordó el despliegue del decorado que hizo Velasco para el estreno de ‘Jesucristo Superstar’ en el Emperador y contó que, siendo un imberbe, se ponía pantalones largos para hacerse el maduro y que le dejasen entrar a ver las películas de mayores en el cine Azul, las lipotimias entre el público al ver el parto de ‘Helga’, la campaña que hizo el obispo contra ‘Gilda’ y su inmensa felicidad cuando iba a la consigna de la estación de tren a recoger las bobinas de las películas que luego proyectarían en el Cine Club Universitario. Pocos han hecho por el cine de esta ciudad tanto como él. También nos acordamos de Gerardo Iglesias y sus cinematográficos horarios, cuando se tenía que poner el despertador para abrir el Kubrick a tiempo para la sesión de tarde y desayunaba después, al oscurecer, latas de fabada Litoral que calentaba posándolas sobre el proyector. Hubo más paseantes que compartieron sus recuerdos el pasado jueves, desde la leyenda de la al parecer hermosísima mujer que regentaba el ambigú del Avenida al cuento de ‘El niño lobo del cine Mary’, incluso hablaron aquellos que sólo llegaron a conocer los reservados del Trianón, ese edificio que es en sí mismo una metáfora de la triste deriva del ser humano: de cine a discoteca, después sala de juegos infantiles y pronto otro gimnasio más. 

Ahora que creemos tener todo a un solo clic de distancia, en la mismísima palma de la mano, ahora que todo va tan rápido que tiene que ser a demanda, en cualquier parte, a cualquier hora, ahora que nadie soporta las películas lentas, ahora que no se elige la sala sino la plataforma y ya no existen los acomodadores, su lintera indiscreta, las propinas resonando a cada paso en sus bolsillos, ahora que casi todos nuestros cines son Cinema Paradiso, cualquier día habrá que subir también los recuerdos a una nube imaginaria de la que, con tanta soberbia social, corremos el riesgo de olvidarnos también la contraseña. Lo mejor será recurrir a una facilona, algo que no se olvide porque nos recuerde lo que está pasando por aquí desde hace años con los cines, las zapaterías, los colegios y las joyerías, las pescaderías y los comercios que fueron imprescindibles. Una buena contraseña podría ser, por ejemplo, «León, tapas y trapas 2024». Dejo estas letras como prueba de que nunca la usaré para cucear en su memoria. Se la regalo. 

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