Por mucho que insistan desde estamentos como la Junta o intereses particulares de determinados políticos que temerían por sus puestos, León no es Valladolid. Ni Valladolid sería lo que es de no haber sido sobredimensionado a costa del resto de las provincias, por el poder autonómico.
Ya sabemos que la adscripción a esta especie de comunidad anómala se debe a un cálculo erróneo de un pluri ministro del franquismo, firmante de penas de muerte, que nos utilizó para crear una gran comunidad que contrarrestara el tirón de los separatismos. Desde un principio vimos el fracaso total de esta maniobra. Martín Villa fue el artífice, pero un día llegaría un tal Sánchez para desvanecer sus ilusiones.
Un síntoma del escaso interés entre estas ciudades es el hecho de que la autovía León-Valladolid no haya concluido ni se vaya a ejecutar, por más murga que dieran sobre la importancia de esta infraestructura, los políticos autonómicos. Pero la maquinaria, que estuvo por meses moviendo tierra, paró y acabó por ser retirada para otros menesteres.
Según mi apreciación, Burgos tampoco es afín a Valladolid y progresa por sí misma, por su importancia y situación estratégica respecto a Vascongadas y a Europa. Algo así podría darse en León de no estar yuguladas las vías de comunicación. En Renfe un apeadero y una estación inoperante. En Feve, demencial: un apeadero, un trayecto en bus y un transbordo para subir al vagón. La Vía de la Plata nos conectaría con Extremadura y la comunidad andaluza en un tiempo razonable, pero es otra quimera. Lo mismo que la autopista del Huerna, a pesar de ser el único peaje que se paga en Asturias –declarado ilegal por la UE– con la oposición de Puente de Ladrillo (en Pucela). Los asturianos se movilizan para que esta sinuosa ruta, alternativa al puerto de Pajares, sea gratuita. Las protestas desde León o instituciones políticas son escasas.
Estos días, parece que Mañueco se ha propuesto hacer de León una gran ciudad pero, después de tantas decepciones es difícil de creer. Más bien es una argucia electoral.
Recuerdo de cuando viví en Valladolid, a ciertos terratenientes que ni siquiera habían pisado sus fincas. Disponían de criados que daban imagen de los estados esclavistas de Mississippi o Alabama. Grandes mansiones y vida holgada de los terratenientes. Tardes de Casino y saludables paseos por los pinares. Nunca necesitaron de galochas.
Pero cuando vine a León, noté una distancia abismal. Lo nunca visto. Era normal ver a las mujeres trabajando en el campo, arando, sembrando o llevando el ganado a pacer. Trabajo duro y compartido ante las inclemencias del tiempo, la tierra infértil y lo abrupto del paisaje y la penuria. Diferentes modos de vida, de producción, de hablar en los filandones y de esperar.
Valladolid no es León, ni siquiera Valladolid. Es el interés de unos políticos y herederos del franquismo que por comodidad, ignorancia, pereza o desidia, miran para otro lado. Y no serenos libres hasta que esa costura sea des hilvanada.