Maximino Cañón 2

La ‘esta’, de Matallana (2)

13/06/2023
 Actualizado a 13/06/2023
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Las transformaciones que la estación tuvo en estos últimos años no empañan, en mi caso, los recuerdos de cuando allí vivían los jefes de la misma y el factor autorizado, citados anteriormente. Algo que nos favorecía, aparte de la tolerancia de aquellos ferroviarios amigos que siempre que no hubiera peligro hacían la vista gorda, era el contar entre nosotros con los hijos de los mandos mencionados. Cuando esto repaso me viene a la memoria Tagarrín (Jose) y que ya no está en este mundo, hijo del citado Factor Autorizado, Sr. Tagarro, y Suso y Amable, hijos del Jefe, D. Valentín, lo cual nos hacia relativamente inmunes ante cualquier adversidad surgida de nuestro comportamiento.

Como he manifestado alguna vez, y que leí en un periódico local cuyo autor de la frase, creo, era del poeta ponferradino Antonio Cubelos, y que comparto en mis pensamientos: «Recordar es vivir dos veces». Por eso cada vez que veo o leo algo sobre la estación de Matallana, ligada inexorablemente al tren de ‘Matallana o de La Robla’, con aquellos asientos de madera en clase de tercera, la clase de primera debía de estar reservada para los trayectos largos con final en Bilbao, con una duración de unas doce horas… o más, no puedo por menos que abrir el gran baúl de los recuerdos que siempre lleva uno consigo. Dentro de los habitáculos que la estación tenía, los empleados buscaban el alivio, frente al frío de aquellos años, en las estufas alimentadas con aquellas briquetas de carbón que, en forma de ladrillo, también proporcionaban fuerza a las maquinas de vapor.

Los chavales, como siempre, estábamos al tanto de aquello que alterara la monotonía diaria ya que, el estudiar lo esquivábamos la mayoría, no perdíamos ripio de las faenas que, sin tener graves peligros (eso nos creíamos), proporcionaban entretenimiento y risas. Una de ellas, que recuerde, consistía en echar agua por las escaleras exteriores de la citada estación, donde algunas personas carentes de otro lugar donde echar unas cabezadas en días de calor, no se daban cuenta hasta sentir la culera del pantalón empapada. Otra anécdota que recuerdo perfectamente, y que no deja de hacerme reír, fue la que tuvo lugar cuando los empleados de la estación llenaban un botijo de aquellos de color blanco con vino para dar cuenta de él a la hora del bocadillo pagando el mismo, como era lógico, a escote. Pasando unos días apreciaron que cada día duraba menos el vino en el botijo, el cual era guardado donde se recogían los paquetes. Ante tal situación los paganos del vino establecieron una estrategia para averiguar quien se lo bebía y no pagaba, cual fue la de introducir un litro de tinta china, sin que hasta nueva orden ninguno de los paganos bebiera del botijo. Una vez llevada a cabo la estratagema, esta dio resultado al pasar revista a los demás compañeros con la lengua fuera, logrando que, esta manera, se descubriera al ‘bebedor gorrón’.

El ingenio estaba presente entre aquella buena gente en los momentos en los que la ocupación disminuía. El protagonismo, de lo que allí sucedía, forma parte de lo que fue la estación de Matallana y que merece la pena ser contado. Por eso, y por el servicio que la estación y el tren de Matallana proporcionó, merece un consistente homenaje con el debido final de recorrido en la citada estación sin que ello sea utilizado como moneda de cambio por el partido político de turno.
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