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La bicicleta, la ciudad y yo

24/04/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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Es evidente que el fenómeno ‘bicicleta’ es hoy un hecho en nuestras ciudades. Una realidad tardía, porque, a decir verdad, ¡mira que la bicicleta tiene años!

De mozalbete se me ocurrió mirar la enciclopedia Espasa, esa de tantísimos tomos que cubrió la información de miles y miles de cosas para las gentes de principios del siglo pasado, y buscar la voz ‘bicicleta’. Para asombro mío (no hay que olvidar aquellas fechas de su publicación), en el tomo 8, además de una enternecedora descripción de cómo montar en bicicleta, muchas más cosas sobre su uso y su mantenimiento, se hacía un canto excelso de tal vehículo, entre otras cosas, por sus posibilidades como elemento para la guerra, por su movilidad, augurando un futuro brillante, tanto, que pronosticaba el final de la caballería, que sería sustituida por aquellas máquinas ligeras, de fácil desplazamiento y a las que no era necesario darlas de comer. La dura realidad fue otra, porque lo que acabó de verdad con la caballería fueron las divisiones alemanas de tanques y demás blindados, ya durante la Segunda Guerra Mundial, en la invasión de Polonia, en aquellas cargas, sin cabeza pero con corazón, de la caballería polaca.

La bici siempre fue el oscuro deseo de cualquier chaval. Y yo no iba a ser menos. Y es que tener una bici propia, era un sueño difícil de alcanzar. En el mercado estaban las Orbea y poco más. Eran otros tiempos, justos y apretados, en que, si tus padres tenían capacidad, podías elegir entre una de chico, una de chica y, claro, las de carrera, con catalina y no sé cuantos cambios, aquellas que usaban Bahamontes y antes que él Miguel Poblet y mucho antes Vicente Trueba, y muchos otros.

Pero, no sé por qué avatares del destino, nunca tuve una propia. Mis padres, que me regalaban todo tipo de juguetes culturales, no tuvieron a bien comprarme una bicicleta, cosa que si hicieron con mis hermanas, que eran cuatro, todas más pequeñas que yo, que era el primogénito. A lo mejor fue por eso. Y nunca lo entendí. Pero eso sí: yo me apropiaba de sus bicis, que para eso era el mayor, aunque fueran ‘de chica’ y color rosa pálido. Además, por aquél entonces, por las calles circulaban menos coches que hoy bicicletas. Tanto es así que hacíamos carreras de ida y vuelta (o partidos de hockey sobre patines), en la calle Alcázar de Toledo, calle que por aquel entonces tenía unos adoquines vitrificados maravillosos, que, por cierto y si no me falla la memoria, aún deben estar debajo.

Pero eso era antes. Hoy hay muchísimos más coches que bicicletas, aún y a pesar del aumento continuado de éstas.

Y eso es un evidente problema: de entonces para acá las ciudades en España han crecido, y lo han hecho, todas, de forma espectacular, por y para los automóviles, dejando fuera la bicicleta (y casi a los peatones).

De acuerdo, alguien dirá: ¿Y Holanda, por ejemplo? Sí, pero Holanda ya tenía muchísimas en los días en que jugábamos en Alcázar de Toledo.
Aquí y ahora, casar lo uno con lo otro es muy complicado, y las asociaciones, colectivos y agrupaciones tienen derecho a reclamar más atención, quejándose de lo deslavazado de la red existente, la mala señalización y peor imbricación en la red viaria. Tienen derecho, pero no es fácil.

El Plan General en vigor plantea para los nuevos sectores de Suelo Urbano No Consolidado y Suelo Urbanizable (dos palabrejas que definen suelos que pasan de secano, incluso regadío, a nuevas parcelas y calles asfaltadas), una red esquemática, para mí claramente mejorable, de carril bici. Pero aún con esa previsión, coordinarlo es complicado, pues, para empezar, el orden de ejecución de los sectores depende de la voluntad privada, voluntad hoy totalmente capidisminuida dadas las circunstancias económicas de momento. Como consecuencia de ello, te pueden encontrar con un tramo aquí y otro allá y en el medio la nada. Mala cosa con mal futuro.

Y no hablemos del suelo urbano: ahí sí que la solución es… kafkiana como poco. Con un déficit gigantesco de aparcamiento (aprovechado y bien aprovechado por cierto, para la recaudación municipal), y una red viaria bastante caótica fruto del desarrollo sincopado de los diferentes barrios, la cosa tiene bastante poca posibilidad de arreglo. Aunque se quiera.

Piden, y tienen razón para hacerlo, mejor ordenamiento, homogeinización de los carriles, más zonas 30. Un poco más de atención al acto, vaya.
Porque es cierto que las bicis han sido, y están siendo, expulsadas de las calzadas.

Claro que los peatones también pueden quejarse, porque, de seguir así, las bicicletas van a expulsar a los peatones de las aceras, por esas aceras por las que ciclistas y ciclistos de todo tipo y condición van haciendo slalom, hablando por teléfono o mandando mensajes, a velocidades bastante poco acordes con la prudencia.

El sábado iba en mi coche por Fernández Ladreda, a la que, tras la cirujía para instalar el tranvía, se la ha dotado de un carril bici en el lado sur. Parados en el semáforo que hay más o menos en el medio, vimos venir un ciclista, perfectamente vestido y pertrechado por cierto, ¿por dónde? Por la acera central, no por el carril bici. Llegó al semáforo, que ya se había abierto para los coches, giró, se metió en el paso de peatones, frenamos, y aún nos insultó.

Y de esas, muchas, posiblemente porque un ciclista, al no ser ni coche ni peatón, las direcciones contrarias, los semáforos, los teléfonos, y todo lo demás, no le es de aplicación. Digo yo.

Así que: señores ciclistas, tienen razón en lo que la tienen, pero la pierden en todo lo demás.

El único consuelo, si es que puede serlo, es que esto es una enfermedad nacional. Claro que, mal de muchos, consuelo de tontos.
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