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José María Fernández

17/03/2024
 Actualizado a 17/03/2024
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Conserva la denominación de Avenida cuando ya sólo queda un raquítico carril, pero todavía se puede adivinar su magnitud de gran arteria de la ciudad. Bajando desde la catedral, con las vistas de Las Lomas en el horizonte, José María Fernández atravesaba el Ejido como una especie de Broadway cazurro, entre una cuadrícula de calles residenciales algo anodinas. Pero era entrar en ella y empezar la guachafita.

Después de la parada inicial en el escaparate de la confitería, Canela, aquellos ojos de niño iban recorriendo los escaparates, rótulos y portales: Estaba Mayton y más adelante, seguidos, los Cines Pasaje y la Tropicana. También la casa de Coque, casi al final, cuando la avenida se diluía, más que morirse, en el acceso al Parque de la Granja. Coque, que vivía allí, contaba que el nombre de la vía venía de un rapaz que se había caído de un camión durante la Guerra Civil y que ahí se quedó para los restos. Tampoco es posible averiguar mucho más de él: la convencional combinación de nombre y apellido hace muy difícil escarbar en el nomenclátor, así que aceptaremos el origen de quien la bautizó.

Más allá de la memoria histórica está la sentimental. La emoción inconfundible de sentarse en los Pasaje para ver ‘Trainspotting’ a las 5 de la tarde de un miércoles, día del espectador. La agitación por ver ‘El color de la noche’ con la promesa de algo de coyunda ‘softcore’ con otros orangutanes en plena explosión hormonal. Y aquella vez que vinieron los de ‘Ya’stá’ La Trump a Tropicana, una cosa decadentísima por 500 pesetas en la misma discoteca que tantos morreos propició, dentro o en sus oscuros aledaños, durante la adolescencia. O las conversaciones-estalactita frente al bazar Villasol antes de entrar a algún jaleo del Purple Weekend. Aquí, hay que recordarlo, por esta mismísima calle, merodearon los Pretty Things y Alex Chilton.

Pero no todo es nostalgia. Reconforta reencontrarse bastiones que resisten la trituradora del calendario. El peluquero de la mocedad, artífice de peinados que duele recordar, sentado en el mismo sillón y mirando los mismos azulejos en los que descansó la mirada, perdida, hace tanto tiempo. También el mesón con el mejor ‘naming’ de la historia, el Nalgas, marco de celebraciones incomparables de ayer y hoy. En Medellín hay un verbo específico, ‘juninear’, para el acto de deambular por una de sus calles más conocidas. No suena también ‘josemariafernandezear’, pero permítase acuñar, aquí y ahora, esta voz.

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