11/03/2024
 Actualizado a 11/03/2024
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Tres eran tres los jinetes del alba, según «nuestro» Jesús Fernández Santos: En su famosa novela situada en las Caldas de Oviedo. Los tres jinetes se presentaban de improviso bajando del fragor de la montaña: La vida, la pasión y la muerte. «El primero, cubierto con un blanco airón; el segundo, de rojo terciopelo; el postrero, sin rostro ni color, blandía el puño amenazando al cielo. Así se los imaginaba el celador también, cada vez que la cólera del viento traía su rumor como de lejana marejada» dice el autor. 

A nosotros nos recuerda la imagen de un Vladimir Putin, galopando sobre su caballo por las estepas y la tundra, a pecho descubierto, desafiando a las fuerzas de  naturaleza y sembrando el desconcierto y el temor en el personal. Un jinete que ahora amenaza con su espada nuclear.

Las generaciones que nacieron después de la segunda gran guerra han tenido, en su mayoría, la inmensa suerte de no conocer los horrores terribles que en ella se producen más que en imágenes. Aunque algunas de esas imágenes, como la de la niña desnuda huyendo hacia espectador del desastre atómico de una de las dos ciudades japonesas sobre las que cayeron por primera vez las iras del infierno atómico, son lo suficientemente aterradoras como para hacerse a una idea. Pero, por favor, dejemos el pasado. Hagamos como el personaje de «no te verá morir» de Antonio Muñoz Molina cuando dice: «Me quité del pasado como quien se quita del tabaco»

Después de «Los jinetes del alba» nuestro J. Fernández Santos se compró un molino en Cerulleda, en el alto Curueño, y escribió «Los bravos» para rememorar sus horas en la montaña, donde le visitábamos los amigos y donde acudimos después de faltar él, a conmemorarle. Una de aquellas veces escuchamos aquel cantar que ya nunca hemos olvidado y que grabamos en el Coro Flor del Viento: «Montaña del río Curueño / recuerdos traigo de ti/ que quise a una montañesa / y ella no me quiso a mí. / Y ella no me quiso a mí/ y de otro se enamoró/ y ahora anda averiguando / la vida que traigo yo»

Así que habría que luchar por traer a ese Putin una temporada a lo alto del Curueño, al molino aquel, a ver si se le pasaba el ardor guerrero; y llevarle hasta las Caldas de Oviedo a esperar a los jinetes del alba. Y que le cantara aquel cantar que cantaba Jesús: «La vida que traigo yo / es muy fácil de saber / que ando de cárcel en cárcel/ por culpa de una mujer».

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