España es una potencia mundial en el sector porcino y, consecuencia de ello, uno de los tres principales países exportadores de carne de cerdo a los cinco continentes, lo que permite decir que nuestro modelo de negocio es un modelo de éxito. Analizando los resultados económicos, nos encontramos con que a la vez que exportamos, también importamos, y son sobre todo animales vivos, lechones, que tienen como destino nuestros cebaderos. Así, en el primer trimestre del año, estas importaciones crecieron en 76,4 % en número de animales, superando ligeramente los dos millones, y consolidando así una tendencia ya observada a lo largo de 2024. Importar animales vivos, que se transportan por carretera desde más de mil kilómetros de distancia – el principal origen son los Países Bajos–, no es lo más rentable económicamente, y no es la decisión más idónea desde el punto de vista sanitario y zootécnico. Importamos por una necesidad, porque toca ir a buscar fuera lo que no hay aquí, toca buscar fuera animales que llenen nuestras granjas de cebo con las que dar respuesta a las necesidades de nuestra industria cárnica.
Y por qué no hay en España lechones suficientes para atender las necesidades del potente sector porcino? Pues porque las granjas de madres, de las que nacen los lechones, tienen que tener un determinado tamaño para ser viables, y por lo general, por ese mayor tamaño, causan mayor rechazo social los proyectos que someten a licencia e impacto ambiental los promotores. Las licencias de estas granjas se atascan en los despachos de las administraciones, a veces hasta el punto de eternizarse y hacer que desistan los promotores, que bastante tienen con meter más de seis millones de euros en un negocio como este, para que además les miren mal. Esta es hoy la debilidad del sector porcino español, tener que pelear con las administraciones públicas y con la opinión pública para poder crecer, para poder seguir generando riqueza y empleo, para seguir teniendo volumen de negocio para atender las demandas de un mercado global.