El calendario cristiano festeja hoy el nombre de San Hipólito (del griego «hippos» ‘caballo’ y «lúein» ‘desatar’, lo que significa «el que desata caballos»). Obispo escritor de la iglesia cristiana primitiva y elegido como antipapa en 217, murió no obstante reconciliado con la iglesia en 235 como un mártir, por lo que ahora es honrado como santo.
Aprovecho para rendir un homenaje a este nombre en la persona de Hipólito Romero Flores. Nacido en Valladolid el 22 de agosto de 1895, realizó estudios superiores en Madrid hasta conseguir el título de doctor en letras. Concluida la carrera, comenzó a ejercer labor docente en el Instituto de Enseñanza Media de Lugo. Llegó posteriormente a León en 1932 ingresando en el Instituto ‘Padre Isla’ para cubrir la cátedra de Filosofía por traslado de José Gaos. Pronto se relacionará con lo más selecto de la intelectualidad leonesa: Antonio González de Lama, Vela Zanetti, Mariano Domínguez Berrueta, Manuel Santamaría, Eguiagaray Pallarés, Leopoldo Panero y Victoriano Crémer. La inquietud cultural y preocupación social de Romero Flores fuera de las aulas le condujo hacia el Ateneo Obrero Leonés del que fue presidente. Escribió cinco libros publicados, e inéditos un diario y un texto mecanografiado «Dos filosofías ante una guerra», de 335 páginas que obra en mi poder.
Romero Flores contrajo matrimonio el 22 de agosto de 1925 con Emilia Bueno Aguado, nacida en Cienfuegos (Cuba), hija del militar Vicente Bueno Langa, oficial combatiente en Cuba. Fruto de esta unión, nacieron dos hijos, Néstor y Paloma.
Tras un par de meses por obligación como Gobernador Civil de León, Romero Flores se verá envuelto en la vorágine de la Guerra Civil. Una vez León en poder de los insurgentes, la primera medida en su contra será apartarle de la práctica docente, con suspensión de empleo y sueldo por figurar en un listado de masones. Luego será encarcelado y obligado a responder a «graves delitos» que figuran como cargos en los expedientes de depuración de la enseñanza y de incautación de bienes por «responsabilidades políticas» (a todo ello replicará Romero Flores por escrito en documento de enero, 1937, depositado en el Archivo Provincial de León).
Recluido en la prisión provincial de León, pasó de inmediato al edificio de concentración de San Marcos. Por fortuna, la estancia en él será breve. De Hipólito habla Victoriano Crémer en su libro ‘Ante el espejo’ como compañero de internamiento. Trasladado a la cárcel de Valladolid, gracias a la intervención de Irene Rojí Acuña, esposa del entonces ministro de Orden Público Severiano Martínez Anido, se librará Hipólito de una segura ejecución.
Hasta finales de 1938 no recobrará la libertad, si bien continuará expedientado hasta ser exculpado como masón. Domiciliado en Valladolid, habrá de ganarse la vida dando clases en el Instituto ‘Jorge Manrique’, de Palencia y en el pucelano Centro de Estudios Minerva, además de empleado de oficina en la Compañía de Ferrocarriles del Norte, de la que había sido destituido cuando fue detenido.
Hipólito Romero Flores falleció en Madrid el 27 de noviembre de 1956, víctima de la Enfermedad de Charcot-Marie-Tooth. Le atendió en los últimos momentos su amigo Gregorio Marañón, según me confesó Sara, su nuera. También me informó que a Hipólito le dieron tierra en la Sacramental de San Justo, cementerio construido en 1847 en el llamado Cerro de las Ánimas, y en el que también yacen figuras literarias de renombre como: Larra, Espronceda, Bretón de los Herreros, los hermanos Álvarez Quintero y Lope de Ayala.