Lolo y yo competíamos a ver quién recordaba más expresiones de los macarras de los ochenta. Él daba la turra con recuperar el leonés en las escuelas, eso de pegar la lengua al paladar y terminar las palabras en u, pero la verdad es que le gustaba mucho más hablar como los quinquis, que nunca han tenido academia que limpie, ni fije, ni dé esplendor pero pueden ser más precisos que los cirujanos del lenguaje. Le gustaba hablar como los quinquis pero los leoneses, eso sí, a poder ser de Armunia, Armenia decía él, donde nunca le tocaron la fragoneta porque era, como en tantos y tantos pueblos de la provincia, una institución. Hacíamos memoria y celebrábamos cada ocurrencia del vocabulario cani como si fuera un gol, de risas, chacho, llevando un marcador imaginario mientras tomábamos una garimba, fumábamos un piti o dábamos un rulo por garitos que, como nosotros, también estaban ya pasados de moda, sin meternos en grescas, huyendo de la bulla, saludando a los gualtrapas que nos iban saliendo al paso, que en esta ciudad, él lo dijo siempre, hay mucho jamao, fatos por un tubo que le daban la murga porque se le reconocía desde la distancia, que si un mural en mi pueblo, que si un cartel para el colegio de mi hija, que si los calendarios de la asociación de tiquismiquis que se ha escindido de la federación porque son unos chungos... Una chapa que él soportaba con educación y paciencia mientras me preguntaba, al tiempo que conseguía marcarse otro puntazo: «¿Para qué te vas a chinar?». Pero al final había tanto taladrado, pesados pasados de tragos, chuzos a dolor, borrachos asgaya, que alguna noche tuvimos que hacer la trece-catorce y volver a kely antes de lo que nos gustaría, como si fuéramos puretas, con el puntín nada más, ni siquiera bufa, a meternos en el sobre aunque no tuviésemos ganas de sobar y la piltra se nos abollase. Nos gustaba mucho marcar diferencias entre los tipos de macarras: a los verdaderamente chulos, los que conseguían dar miedo, se les llamaba jichos, pero los que lo pretendían y no llegaban a esa categoría no eran más que unos guannais que nos daban mucha lacha.
Durante la semana en la que se cumplió un año de su muerte la ciudad entera estaba tomada por la bofia. Había tanta pasma que, en las esquinas, en lugar de chivatos gritando «¡Agua!» cada vez que se acercaba un coche patrulla, había maderos que parecían escoltados por munipas. Vinieron ministros de toda Europa, a los que agasajamos con cecina, comiendo y bebiendo por la face, y nos prometieron que en los pueblos a los que no llegue el cable para la conexión rápida a internet la pondrán por satélite, es decir, como hasta ahora. Luego aprobaron una ‘Declaración de León’ que, según ellos, sienta las bases para regular la neurotecnología, que básicamente consiste en volver a reunirse dentro de unos cuantos meses y seguir dándose la razón. La ministra Calviño anunció la creación de un centro de investigación en el que se invertirán 120 millones de euros y que se instalará enMadrid. Da la casualidad de que la descentralización, como el movimiento, se demuestra andando, así que resulta fácil imaginarse al Güelu o al Nemesio preguntándose a qué vino en realidad toda esa gente que nos llenó la ciudad. Si de verdad querían humanizar un poco más el mundo, tendrían que haber hablado Lolo.
Otros expertos y los mismos maderos se piraron después a Ponferrada para darnos lecciones de transición justa. La ministra Ribera dijo que no entendía la manifa del domingo que había organizado Prada a Tope (¡qué jambo!) contra los megaproyectos energéticos, que cómo podemos aspirar a tener más vecinos que molinos en nuestros pueblos. Sin coscarse de nada, se borró dejando de nuevo a los pedáneos tirados, peleando contra tiburones de las energéticas. La mayoría de los políticos bercianos se hicieron los orejas ante la convocatoria. No todos tienen el gerol de ponerse un salario de 60.000 palos con el apoyo de sus rivales políticos, porque entre caciques no vamos a andar pisándonos los sueldos.
Sí, Lolo, sí. Yo también lo estaba pensando: vaya peña, qué chusta, menudos jartos, cuánto tolai...