Según la Real Academia Española, se conoce como filandón «a la reunión vecinal, invernal y nocturna, en la que las mujeres hilaban y los hombres hacían trabajos manuales, mientras se contaban historias».
Lo conocemos los que somos descendientes de aquellos habitantes de tantos pueblos en los que no se distinguían, precisamente, por el disfrute de los últimos inventos del momento derivados de un escaso nivel de vida basada en la escasez de todo aquello que no fuera producto de la tierra.
También es cierto que en aquellos malos momentos, posteriores a la maldita guerra entre españoles, en los pueblos lo que se dice hambre, no llegaron a pasar como consecuencia de una autarquía que les permitía ser autosuficiente para poder llevar una vida que, aunque sin lujos, hacía que se pudiera vivir dignamente mientras en las ciudades la situación era menos llevadera.
Ahora, por suerte, las cosas han cambiado para mejor y, salvo excepciones, que las hay, se vive mucho mejor, en lo que atender las necesidades se refiere, y con una cobertura social que entonces ni se soñaba.
De lo que no cabe ninguna duda es de la decadencia de presencia humana en los pueblos, atraída por la mejor oferta de vida que las ciudades proporcionan, aunque en algunos casos hayan cambiado el collar por el perro.
La realidad es que mucha gente joven se buscó la vida en otros lugares. Hoy la mayoría de los que descendemos de aquellos lugares nos hemos asentado donde nuestros padres encontraron ese mejor vivir, sin renunciar nunca a los sentimientos que los orígenes generaron. A mí, que no nací en la cuna de mis padres, me gusta cambiar impresiones con gente emprendedora que se abrió camino, estudiando y regentando negocios, sobre todo en la hostelería, sin perder de vista la tierra donde se criaron.
En este sentido me gusta, mientras tomo un buen café, con unos no menos buenos churros, con Villa en su establecimiento como copropietario, con su cuñado Manuel, de la churrería ‘La antigua’ (antes café Cantábrico). Conversamos sobre su querido Lugueros mientras Villa, con un arraigo irrenunciable, es poseedor de una gran cultura de lo vivido en esa tierra del Curueño que cada fin de semana visita y disfruta.
A lo que me quiero referir es al enunciado sobre el Filandón que, en este caso, hacemos mano a mano en la citada chocolatería ‘La antigua’, en León, y que, de alguna manera, contribuimos a que esa costumbre no desaparezca por falta de habitantes en esos pueblos con unos duros inviernos.