Hoy, festividad de San Antonio, hace 75 años que nacieron el cronista y la Operación Azul del ejército alemán por el petróleo de los Cárpatos, en la que morirían 2.000.000 de personas, entre ellas Rubén Ruiz, el hijo de la Pasionaria. «El tiempo es sangre» decían los camaradas generales rusos. Los nacidos entonces estamos hechos de una misma melancolía. La cantó Neruda en sus dos odas a la ciudad del Volga: "Nací para cantar a Stalingrado".
Pesaba sobre las conciencias humilladas y ateridas el polvo de una ruina a cielo abierto de la que se extraían toneladas de silencio. Vidanes-Cistierna-León-España, la realidad de un pueblo pequeñito dominado por los recuerdos duros y atenazado por la nieve, amenazado siempre por las asechanzas de los lobos que, en los cuentos de las viejas, se acercaban a las casas y no nos dejaban conciliar el sueño.
Por la carretera ruidosos autobuses, viajeros en madreñas cargados de cestas de mimbre con animales y viandas. Por el río, las crecidas del deshielo arrastrando los aromas de las cercanas cumbres montañesas. Las conciencias eran meros reductos de secretos. Lo que había ocurrido obligaba a unos a apretar los labios con resignación, y aconsejaba a otros no alardear de ello. La nieve del invierno interminable daba paso a unas primaveras excesivas, y estas a unos tórridos veranos. Del otoño de verdad no supo este cronista hasta que consiguió leer los versos de Virgilio, y comprender qué cosa era aquello que se sentía en el alma al a ir a nidos y tumbarse con los demás niños debajo de los grandes robles en el monte y que no era frío ni calor, ni hambre, sino el anhelo de horizontes nuevos.
En las escuelas, separadas, se aprendían las hazañas de los héroes, y se cantaban, brazo en alto, los himnos de los vencedores. La gran suerte de no haber nacido del todo torpes, daba a algunos la posibilidad de acceder a otras culturas diferentes, aunque ello a costa de adorar a un dios que nos presentaban como justiciero, siendo, en realidad, misericordioso.
Y así, rumiando aquellos veinte años en los que la mente se iba abriendo como un árbol a la luz, mientras el tiempo se transformaba en mundo, y la conciencia en mentalidad, y los recuerdos en historia, llegábamos, más que indemnes a la estación de la diáspora, de la que partían muchos trenes hacia Europa y hacia las ciudades populosas buscando los trabajos y horizontes.
A este cronista le esperaba el Mediterráneo. La nieve no lo persiguió. Y los lobos de las viejas no lograron alcanzarlo, pero su tiempo sí era sangre.

El tiempo es sangre
13/06/2016
Actualizado a
17/09/2019
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