Dos de los muchos, notables y frenéticos cambios que se han producido en nuestra sociedad a lo largo de los últimos tiempos tienen que ver con la normalización de acudir al psicólogo y con el empoderamiento. El primero de ellos ha consistido, básicamente, en quitarse prejuicios, en dejar de juzgar, que más bien era sentenciar, a quien acude a un profesional de la psicología para contarle su vida, sus miedos, sus complejos o simplemente para hablar de todo aquello de lo que no se atreve a hablar con nadie. Ya no es un loco el que va al psicólogo, ni un rarito, porque todo el mundo todo el mundo va, ha ido o tiene alguien cerca que lo ha hecho, y eso normaliza todo el proceso hasta el punto de que la liberación, la ruptura de los prejuicios sociales, termina generando una especie de orgullo que se traduce en que mucha gente te cuenta que acude con frecuencia al psicólogo sin que se lo hayas preguntado y sin que, verdaderamente, te importe. De un extremo al otro, quizá para compensar o quizá para perpetuar la inestabilidad.
En el caso del empoderamiento, se ha vinculado especialmente a la necesaria revolución feminista, que ha permitido que hoy la igualdad, por fin, ya no se clame, sino que se exija. Demasiados siglos consintiendo que las mujeres parecieran invisibles, considerando normal que su naturaleza fuera más la de obedecer que la de ordenar, han derivado en una revolución mundial e imparable que lucha por alcanzar la igualdad en los muchos ámbitos donde aún no existe, siendo necesaria una discriminación positiva que trata de compensar en vano la sinrazón de pasado.
Pero el empoderamiento, en realidad, va más allá de la revolución feminista. La definición del diccionario, «adquisición de poder e independencia por parte de un grupo social desfavorecido para mejorar su situación», demuestra que hoy también que se aplica a causas mucho menos necesarias que el feminismo, pues empieza a dar la sensación de que el papel de víctima se cotiza mucho más que el de protagonista. Se empoderan los funcionarios de Justicia y deciden cortar el tráfico. Se empoderan los funcionarios de prisiones y también deciden cortar el tráfico. Se empoderan los policías y miran para otro lado: habría que ver lo que pasaría si, en lugar de otros funcionarios, cortasen el tráfico por las bravas los mineros o los estudiantes.
El resultado es que todo hace indicar que nos estamos empoderando por encima de nuestras posibilidades. De tanto ir al psicólogo con normalidad, de tanto libro de autoayuda y de tanto discurso motivador, aunque sean de influencers, hay por las calles toda una prole con exceso de autoconfianza, una total y peligrosa falta de complejos que genera situaciones tan bochornosas que no alcanzan la categoría de performance únicamente porque no tienen lugar en un museo de arte contemporáneo. Hay demasiado «como digo yo» por ahí, demasiadas personas convencidas de sí mismas que consideran que tienen que compartir con los demás sus reflexiones, aunque en realidad no se puedan considerar como tales, porque han leído o les han dicho que tienen que romper barreras, perder el miedo a exteriorizar sus sentimientos, empoderarse aunque no sepan exactamente por qué ni para qué. Cada vez es más habitual que vayas a comprar algo y tengas la mala suerte de que al tendero le toca justo el momento de su empoderamiento, y resulta que pagas tú las consecuencias de todo el silencio y la humillación que ha soportado durante años.
No hay que subestimar la necesidad de los complejos. Por algo están ahí, por algo han existido siempre. Está bien que los supere quien de alguna manera los sufre, pero en el viaje se suben también al carro los que ya no los tenían, aunque puede que los merecieran, y desatan definitivamente su exhibicionismo emocional. Quizá los psicólogos están dando demasiado la razón a sus pacientes. Quizá los autores de libros de autoayuda están provocando que se descontrolen los niveles mundiales de autoestima, creando monstruos enamorados de sí mismos. Quizá con el discurso del empoderamiento pasa un poco como con la Biblia: cada uno se toma las metáforas como mejor le conviene.
En esta época, resulta inevitable llevar todo al terreno de la política y resulta obvio que si hay un partido peligrosamente liberado de complejos es Vox. De hecho, parece su principal reclamo. Desde que en la noche electoral le dijeron que se le estaba poniendo cara de vicepresidente, a Juan García Gallardo se le empezaron a caer peligrosamente los complejos, con lo bien que le vendrían para mantener la boca un poco más cerrada y hacer un poco menos el ridículo. Lo último que el desacomplejado ha pedido a sus candidatos es «que llenen botellas con lágrimas de progre». Pese a la gañanería que han demostrado al asumir el poder (aquí tenemos su bochornoso campo de pruebas) resulta especialmente preocupante que en esta campaña electoral se les ha dejado de señalar, en el PP porque tienen la certeza que se van a entregar a sus brazos en demasiadas plazas (al final Mañueco, no va a ser más que un pionero) y en el PSOE porque saben que sus críticas en realidad benefician a la extrema derecha, aunque a veces abusen de ellas para gustarse un poco más ante el espejo.
Hay también en esta época mucho empoderamiento institucional, políticos que no se quieren apear del sillón pase lo que pase, funcionarios que están esperando a que llegue el siguiente porque ellos van a seguir siendo los amos del cotarro, candidatos a pedáneos que se vienen tan arriba con lo de no tener complejos que, en lugar de aceras y farolas, se atreven a hablar de la necesidad de la nacionalización de las materias primas en Venezuela o si un mismo comité de ética debería regular la inteligencia primero y los vientres de alquiler después. Lo dijo hace mucho tiempo aquella empoderada mujer de aquel empoderado candidato que fue elegido presidente de la junta vecinal de su pueblo: «Ay, diosico, diosico: España en manos del mi Ramón». Así lo contaba el gran Fulgencio, al que me atrevo a citar, pese a que nunca alcanzaré una décima parte de su genialidad, porque a la vista está que yo tampoco tengo complejos.

El peligroso «como digo yo»
07/05/2023
Actualizado a
07/05/2023
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