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Dichos en bares y tabernas

10/10/2023
 Actualizado a 10/10/2023
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Cuando en León se alternaba con vasos de vino, o campano, sin otras tapas que unos fritos por la mañana y unas simples aceitunas o patatas fritas, en la tarde, sin televisión entonces, se pasaba comentando ocurrencias haciendo el tiempo más llevadero. Se establecían rondas de vasos de vino entre los componentes de las pandillas de amigos que, diariamente, a la hora de salir del trabajo, realizaban el pertinente itinerario por los bares y tabernas cercanos a los domicilios.

El café era otro gran referente después de comer cuándo, acompañado de un cigarro Faria, todavía se podía fumar impregnando el local de un humo que le daba ambiente al establecimiento.

Los bares eran los lugares donde, como decían los mayores, más gramática parda se aprendía y de la que no se enseñaba en las universidades ni colegios de pago.

Otra cosa irrenunciable era la partida después de comer y hasta la entrada al trabajo por las tardes. Era muy frecuente ver llegar a los clientes con el palillo en la boca por miedo a perder el sitio en la mesa a la hora de jugar la partida de mus, tute o dominó.

Debido a que mi familia, por ambas partes, se dedicó a la hostelería, los pequeños, cuando no teníamos colegio y merodeábamos por los bares de nuestros mayores, no perdíamos ripio de todo cuanto allí tenía lugar (sobre todo lo que se decía), y que nosotros desconocíamos, cuando rozaba lo prohibido o lo dicharachero.

En este sentido, a pesar de los muchos años pasados, conservo abundantes recuerdos de lo vivido, y de lo oído, que fue mucho. La mayoría de las situaciones que comento eran producto de lo vivido, una vez finalizada la jornada laboral, en los sagrados espacios donde transcurría la mayoría del esparcimiento de nuestra vida: ‘los bares’.

Mucho se ha comentado sobre el papel social que dichos establecimientos desempeñaron en aquella España recién salida de una cruda guerra civil, soportando un largo peso por las secuelas que la misma dejó entre los españoles.

Esta, como he venido comentando, es la parte gris, la otra parte, la más lúdica, daba lugar a comentarios jocosos y de entretenimiento. Cada uno contaba las anécdotas vividas.

Una de ellas se refería a un dueño de un bar al pedirle un potencial cliente un duro, o cinco pesetas de aquel tiempo, del caro jamón, y el dueño le contestó lo siguiente: «por ese dinero no te dejo ni lamer el cuchillo», lo que originó la risa entre los asistentes por la original respuesta.

A otro propietario de otro bar, afamado por la cecina de vaca y chivo que vendía, le dijo un parroquiano: «Juan, ¿esta cecina no será de caballo?», a lo que el tabernero, escarmentado por la bromas al respecto, le contestó: «no, esta cecina es del carro, la del caballo la vendí por la mañana».

Y es que, al no estar todavía presentes las llamadas ‘nuevas tecnologías’, las ocurrencias brotaban por doquier, siempre que no se tocara en público la política, el clero o el gobierno. Pero de lo que no cabe la menor duda, es que, ante la ausencia de otras libertades, la ironía era, en cierta manera, permitida.

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