Tenía escrita la columna de esta página dos que desgranaba María con belleza nostálgica hace unos días. La tenía guarecida en el terreno inhóspito de la informática; bien atada, bien resuelta, pero demasiado frívola para plasmarla aquí en una jornada como la de ayer. El papel siempre va un día por delante y nosotros escribimos de mañana como si fuera hoy y de hoy como si fuera ayer, perdiendo un poco la noción del tiempo entre puntos y aparte.
Y ayer –que es hoy en este pasado metafísico– fue un día un poco triste en el mundo cultural. Y no sé si por estar en parte entrometida en sus entresijos, pero sin conocer en persona a Jesús Trapote, me entristeció su muerte. Más o menos la comprendí: hay unos años en que la mirada se torna abismal por ver cercana la muerte. Entonces la panorámica se amplía a planos distintos que antes nos son irreconocibles. Lo veo cada día al pasear en una tierra de ancianos. Vislumbro su miedo –a veces–, su seguridad –otras– ante la llegada de la parca. Supongo que la muerte es menos agria a esa edad de mirada suprema, aunque no creo que consuele a los allegados del escultor: el hijo del autor de ‘Padre e hijo’ se ha quedado sin padre y ese es un hecho irrefutable.
De otra forma percibí la marcha de Luis Miguel Rabanal. Un hombre de pueblo aledaño al de mi padre, de edad aledaña a la de mi padre, que, por mi fortuna dada su mala fortuna, no fue mi padre. Que pudo haberlo sido en tiempo y espacio, pero el azar es ignoto y en ocasiones se somete quizá a un impertérrito destino. Aquel poeta que coincidió con mi padre en espacio y tiempo pudo serlo, pero no lo fue y, por eso, fue poeta. Y convirtió en sosiego el desasosiego en que se traduce una afección con su poesía difícil y conmovedora.
Y, aunque ayer fue un día triste en el León de las culturas, ¿qué es el arte sino una especie de inmortalidad?¿Qué es sino el fruto de una vida cuya memoria guarda mi compañero Ful, que escribe a contrarreloj para ofrecer al lector las pinceladas que alumbran el cuadro de toda una personalidad?
Sus palabras son guardianas de la memoria de un poeta y un escultor cuyas obras desafían a la muerte transgrediendo sus fronteras. Y, en el fondo, lo único que anhelaron, lo único a lo que aspira el artista es la eternidad.