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Un desenlace mortal

14/02/2024
 Actualizado a 14/02/2024
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Cuando aún se celebraban por El Bierzo festivales de la llamada «música celta» yo solía acudir, cuando el escaso presupuesto y el tiempo que por cierto me sobraba, me lo permitían.

 La vegetación, el aire diáfano, los viñedos y castaños en torno a la pradera, el vino de la zona, la música, la compañía y unos parajes espectaculares eran el ambiente propicio que anunciaba una noche especial. «A tope» como dice Prada.

 Por la tarde ya se montaban las tiendas y circulaban pandillas tocando con sus instrumentos sones que, a medida que el tiempo transcurría, iban de mal en peor. Con más ruido y marihuana que arte.

 Viendo el panorama, y que la juerga se prolongaría hasta la madrugada, le propuse a mi pareja alojarnos en un cercano hotelito que yo conocía. Metimos la tienda y otros telares en el coche para instalarnos y poder dormir «en condiciones» una vez finalizado el concierto.

 Así pues a eso de las cuatro o cinco de la madrugada, nos dirigimos a nuestro aposento. O eso pensaba yo.

 Pero al acercarnos vimos las puertas cerradas a cal y canto, entre la penumbra. Ni recepción, ni portero de noche ni nada, ni nadie. Llamé una y otra vez, con insistencia, sin que nadie apareciera. Mi irritación iba en aumento y entonces me fijé en un amplio ventanal abierto que daba acceso al comedor. Mi primer impulso fue saltar y una vez dentro, moverme por allí hasta la puerta y encontrar el aposento (o alguien a quien poner guapa la cara).

 A punto de saltar, mientras tomaba impulso, me detienen dos guardias civiles y me preguntan cuál es el problema. Se lo expliqué atropelladamente y de inmediato, ellos hicieron que se abrieran las puertas.

 Al entrar, en vez de la satisfacción por haber resuelto el problema, sentí un escalofrío de muerte. Sin enterarse, los guardias, me habían salvado la vida.

 De haber entrado, me habría encontrado con una alarma que habría inquietado a todo el pueblo; con un fiero pastor alemán, que dormía en un rincón y me habría comido; pero lo más grave era que en plena oscuridad habría caído por una pendiente escalera de mármol, al pie del ventanal, que llevaba al infierno. Quedar inútil o haberme matado hubiera sido lo más probable.

 Ya imaginaba los titulares de los periódicos: «Un conocido ladrón se mata al intentar…». Y en este caso, las televisiones sí dirían que era español, leonés y hasta el código postal.

 Les di las gracias encarecidamente a los agentes y ellos siguieron con su labor.

 Ayer eran maltratados en Alsasua (antes los mataban). En Cataluña han sido gravemente heridos y ofendidos por Sánchez, que les llamaba piolines. Destituciones injustas, como la del General Pérez de los Cobos. El agravio frente a las policías autonómicas. No se tienen en cuenta sus demandas y con escasos medios de defensa, se enfrentan a una muerte inevitable. Y un largo etcétera de promesas incumplidas por Marlaska, que todavía sigue siendo ministro.

 Unos por acción, otros por dejación, nos hace pensar que, a veces, dan más miedo las gentes de gobierno, que los propios delincuentes.

 

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