Sale Noam Chomsky en redes sociales rajando de las redes sociales. Y, al final, te pide 10 pavillos por compartir sus conocimientos contigo, oh, ruin mortal. Salen también actores de diversos pelos reclamándote otro tanto por felicitar el cumpleaños (de manera personalizada, ojo), a tu tía Josefina. O por bendecir la llegada al mundo de tu hija, o tu sobrino-nieto. O lo que toque. Que 10 eurillos son 10 eurillos.
Como casi todo Xer (hijo de la generación X), tuve mi ratín de fliparse con Chomsky. Estaba el rollo ‘anarca’, por supuesto, con su permanente rajar contra los Estados Unidos en los que nació y en los que sigue viviendo muy cómodamente a sus 94 años. Pero también había otras cosas misteriosas, palabras extrañas como conjuros antiguos que parecían sexys en la boca de aquel anciano, cada vez que te encontrabas con alguna intervención pública suya. La jerga de los iniciados, me decía a mí mismo, cuando me daba por leer alguno de sus tochos, incomprensibles en su mayor parte para mi intelecto cazurro. Incluso en alguna ocasión defendí públicamente la superioridad de la cultura estadounidense, al permitir disidencias tan «poderosas» como la de Chomsky.
Por si lo de crecer –envejecer, para qué vamos a andarnos con paños calientes– no fuese suficiente drama, últimamente tenemos que apechugar también con la desacralización de los ídolos. Bunbury defendía que las estrellas del rock no pueden ser como tu vecino del 5º, que los seres humanos necesitamos mirar arriba en algún momento. Algo parecido me contó Nacho Canut en una ocasión: que igual que Bowie aterrizó en este planeta como un extraterrestre, Lady Gaga se tenía que presentar ante la chavalería del momento como una diosa inalcanzable. Es más o menos lo de los niveles literarios: la épica se hace levantando los ojos hacia la divinidad y los héroes; la tragedia, mirándonos unos a otros; y la comedia, enfocando hacia abajo.
Al final, se ha quebrado el principio de autoridad. La sobreabundancia de información ha terminado acercándonos demasiado a los tótems. Y para ser adoratrices necesitamos la distancia, lo inasible. Lo de Chomsky se plantea como una forma de democratizar la erudición, de divulgar el patrimonio de los ‘sabios’ a la plebe. Es como esa reflexión que le escuché una vez a un colega: «¡No podemos abjurar de nuestro magisterio!». Ya, claro que no, cariño. Lo que pasa es que para establecer una relación de alumno a maestro debemos alzar la mirada. Y cualquiera que te entre por Instagram diciéndote «dame argo» no provoca otra cosa que risión.