Fue, probablemente, la mejor rueda de prensa de la historia de la prensa leonesa. Sin exagerar, que si exagero aún diría más. No la diseñó ninguna agencia de comunicación ni la pensó ningún gabinete, sino la sabiduría y la retranca de un campesino. Matías Llorente, histórico sindicalista agrario, eterno diputado, dio los buenos días y empezó a hablar de los que bautizó como «gaviotos», opositores a funcionarios de Diputación que habían sacado dieces en el examen y que, curiosamente, eran todos parientes de diferentes cargos del Partido Popular. Fue enumerándolos uno a uno, dando los nombres y apellidos tanto de los «gaviotos» como de sus respectivos padrinos, y los periodistas estuvimos a punto de romper a aplaudir aunque, al final, una vez más, el escándalo se quedara sólo en los titulares: los jueces vieron todo correctísimo y la mayoría de aquellos «gaviotos» forman hoy parte de la plantilla de la institución provincial, algunos devolviendo el favor un poco cada día y otros poseídos desde el principio y para siempre por el espíritu del funcionario gris. Lo peor de todo no sólo es que la justicia mirase para otro lado, sino que Matías Llorente, por mucho que clamase al cielo, veía la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Desde su turbulento ascenso al poder de su sindicato han pasado cuatro décadas durante las que ha ocurrido un poco de todo. Su idilio con el PSOE comenzó cuando, ya en plena democracia, orquestaron juntos una de las mayores aberraciones de la historia reciente de esta provincia: la inundación de Riaño. Él organizaba manifestaciones de parameses exigiendo agua y ellos desalojaban a hostias a los últimos habitantes del valle. Luego tardaron 30 años en desarrollar los regadíos, pero para eso ya nadie metía prisa. Siempre ha tenido la montaña en su particular punto de mira, pues además de alimentar la sed insaciable de los regantes se ha pasado años quejándose de las inversiones en las estaciones de esquí, en las que, pese a todo, ha tomado algunas decisiones no siempre transparentes.
Más inteligente y carismático que casi todos los cargos que ha tenido el PSOE en León, Matías Llorente se mantuvo a la distancia que más le rentaba del partido: a veces hablaba como líder sindical, a veces como portavoz en la Diputación, a veces como alcalde de Cabreros del Río y otras veces como responsable de una cooperativa desde la que intentó, y durante alguna época consiguió, monopolizar el mercado de la agricultura en esta provincia. A otro le hubiera brotado un trastorno de la personalidad, pero Matías Llorente demostró tener, además de una ansia descontrolada por el poder, la capacidad de trabajo suficiente para asumirlo todo.
Respaldado por una legión de fieles a los que ayuda a ahorrar dinero o directamente se lo hace ganar (es el único que le pone precio a los comerciales del campo y no viceversa, como suele ser habitual), Matías Llorente rompió con el PSOE en tiempos de Tino Rodríguez («Desatinos», le llamaba él) y esta semana rompió con UPL, el partido que le hizo vicepresidente de la Diputación, entre lecciones de dignidad política y presuntas ideologías que, en realidad, siempre han sido secundarias para él. El hombre que fue ejemplo de coherencia y valentía se contradice ahora cada vez que habla: en su día aprobó la moción leonesista en su ayuntamiento, según confiesa «tragando saliva», lo que demuestra que no fue más que una maniobra de distracción para ganar tiempo porque nunca llegó siquiera a pensar hacer lo mismo en Diputación.
Hay dos grandes motivos por los que Matías Llorente ha decidido traicionar a UPL y mantener al PSOE en Diputación. No sólo tienen que ver el sueldo y el sillón, aunque también pesen, claro. El primero es que lo único que a él le preocupaba era la modernización de 5.000 hectáreas de regadíos en la margen izquierda del Porma, en la comunidad de regantes que curiosamente él preside y donde tienen sus fincas muchos de sus fieles, que lo serán más en cuanto empiecen a revalorizarse los terrenos. Para eso los socialistas demostraron la agilidad que les ha faltado durante toda la legislatura: los primeros 32 millones de fondos europeos que llegaron a León se destinaron a eso. Sí: el dinero de la famosa recuperación de la pandemia no se dedica a lo más urgente, sino a asegurar acuerdos que garanticen que siguen mandando los mismos. El segundo motivo es que Matías Llorente ha asumido tanto poder en tantos frentes y de una forma tan personal que, con más de setenta años y aquejado de una grave enfermedad, no tiene ni mucho menos preparada su sucesión, para la que puede que sean necesarias cuatro o cinco personas que, dicho sea de paso, no sumarán entre todas su eficacia. Para él, los 24 puntos del pacto entre PSOE y UPL son algo así como fuegos artificiales.
Matías Llorente fue uno de los primeros en instaurar en Diputación el lenguaje de los bancos, ese por el que cuando te quitan una comisión «te la quito yo» y si la tienes que pagar «te la cobran estos cabrones». Lleva años haciéndolo en «la casa», como él dice con cierta lógica, favores de ida y vuelta que le han valido para ganarse defensores que lo serán para siempre y simpatizantes que se lamentan de no tener un alcalde como él en su ayuntamiento. Lo cierto es que como alcalde tiene todo el derecho del mundo a mirar sólo por los suyos, pero como diputado, y más como vicepresidente, debería mirar por el futuro de toda la provincia, pues de los contribuyentes de toda la provincia le llega el generoso sueldo que cobra, no sólo de una comarca. Entre las competencias que este mandato le van en el cargo está la promoción de productos leoneses, que prácticamente no ha existido, aunque su influencia llega a otras muchas áreas en un equipo de gobierno inexperto y sin demasiadas ganas de enfrentarse a los problemas: el primero que no está en «la casa» la mitad de los días es el propio presidente, que no deja de asumir cargos aunque no tenga, ni de lejos, la capacidad de trabajo de Matías Llorente, que de este modo campa más a sus anchas que nunca.
A los diputados veteranos, Matías Llorente les decía que si ya estaban allí cuando se empezó a construir el Palacio de Guzmanes. La pregunta cabría hacérsela a él mismo hoy, cuando los diputados jóvenes imitan su táctica de barrer sólo para su comarca, como tantas y tantas de las que ha ido formulando en los plenos para denunciar todo aquello en lo que, con el paso del tiempo, se ha terminado convirtiendo, contribuyendo a que la Diputación siga siendo (más aún que en tiempos del PP, aunque resulte imposible de creer) un enjambre de caciques, algunos de los cuales ya parecen tener denominación de origen.

D.O. Caciques de León
29/05/2022
Actualizado a
29/05/2022
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